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Los hombres de más de 20 años comienzan a pudrirse


Una exposición en Madrid recuerda la figura y el legado de Pío Baroja

ÁNGEL S. HARGUINDEY - Madrid

EL PAÍS - Cultura - 14-09-2006

"No he tenido el éxito. Si he conseguido algún pequeño éxito en literatura ha sido a destiempo y casi más bien fuera de España que en España. Con escasos medios, sin protección y sin conocimientos de personas influyentes, he llegado a la vejez y a la vejez de artrítico. Creo que todos los hombres de más de 20 años están ya comenzando a pudrirse. Un artrítico está más podrido aún". Así resume su vida Pío Baroja, autor de más de 100 novelas, sin duda uno de los escritores de mayor influencia e importancia en la España del siglo XX y del que hoy se inaugura en el Museo de la Ciudad (Príncipe de Vergara, 140, Madrid) la exposición Memoria de Pío Baroja, un gran homenaje en conmemoración del 50º aniversario de su muerte, el 30 de octubre de 1956.
Baroja ha sido un personaje incómodo para lo establecido. Sus opiniones, de una gran franqueza, siempre se basaron en sus propias reflexiones, al margen de las modas imperantes. "En literatura, realista con algo de romántico; en filosofía, agnóstico; en política, individualista y liberal; es decir, apolítico. Así era a los 20 años, así soy pasados los 70. No he encontrado nada en mi vida que me haya hecho cambiar de opinión".
Su sobrino Julio Caro escribió sobre el patriotismo algo que muy bien podía tener como inspiración a don Pío: "El patriotismo lo convierten en monopolio y granjería. Ello tiene sus ventajas a la corta. Pero produce a la larga grandes catástrofes. He ahí lo que ocurrió, desde 1921 a 1945, en los países fascistas. Quisieron fijar como colectivos y hereditarios los caracteres nacionales. Así, para atacar al enemigo político se recurría a expresiones como las de ’mal español’, ’hijo renegado’, ’traidor a la herencia de sus padres’. Este juego dialéctico llegó a la lucha enconada, y entonces se definió, precisamente, qué cosa era ser ’mal’ o ’buen’ español, y se hizo la Guerra Civil, utilizando conceptos que no eran demasiado sólidos y manejándolos a la ligera en horas de pura lucha dialéctica".
La muestra exhibe más de 250 piezas entre fotografías, cartas, manuscritos, retratos, pinturas de los artistas con quienes mantuvo relación de amistad el escritor -Juan de Echevarría, Darío de Regoyos, Vázquez Díaz, Beruete, Casas, Zubiaurre, Ricardo Baroja y Penagos, entre otros- y primeras ediciones de sus libros y de los escritores que le rodearon. Comisariada por Joaquín Puig de la Bellacasa con la asesoría de Pío Caro Baroja y la colaboración de los hermanos Pío y Carmen Caro Jaureguialzo, está organizada por el Ayuntamiento de Madrid y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC).
Memoria de Pío Baroja se subdivide en seis apartados que recorren la biografía y la obra del escritor y su tiempo. En el primero, ’Familia, infancia y juventud’, se incluyen numerosas referencias familiares, los libros que leyó en su infancia y juventud y sus años de estudiante de Medicina, además de su tesis doctoral sobre el dolor. Es también el periodo en el que, tras su etapa de médico en Cestona, trabajó con su hermano Ricardo al frente de la panadería Viena Capellanes, en Madrid, herencia de su tía Juana Nessi. De estos años recuerda en sus memorias: "Otros tipos bastante absurdos conocí en esta época, que a varios los fui sacando en mis libros. Uno de ellos lo conocía por Lamotte... Me instó también a que hiciera unos panecillos con glicerofosfato de cal y de sosa con sales de hierro. Los hice. No tenían de malo sino que eran pesados como el plomo. Según él, con uno de aquellos panecillos bastaba para todo el día... Lamotte había inventado la mano remo y el pie remo, y un cepo para pescar langostas, en el cual ellas mismas se encargaban de llamar, cuando estaban presas, tocando una campanilla. Era el colmo de la perfección... Yo nunca creía gran cosa en los inventos de mi amigo, sobre todo desde que le oí decir una vez seriamente que el rastro plateado que dejaban los caracoles en la tierra podía aprovecharse industrialmente" (Desde la última vuelta del camino, reeditadas ahora en tres volúmenes por Tusquets en colaboración con Caro Raggio).
’Final del siglo XIX y principio del XX’ es el título del segundo apartado. En él se recogen los recuerdos del escritor de los artistas e intelectuales de comienzos del pasado siglo, una época especialmente brillante en España. Es la llamada generación del 98, a la que se unen intelectuales de la talla de Ortega y Gasset y otros grandes amigos como el doctor Marañón. Un tiempo de tertulias apasionadas en los cafés, comandadas por Valle-Inclán, Ortega o Gómez de la Serna, y a las que solía acudir esporádicamente Baroja. "Valle-Inclán, como se sentía en su tertulia como un dictador", escribe Baroja, "tenía, a veces, riñas desagradables. Recuerdo una vez que alguien propuso una expedición a Andalucía. De estas expediciones se proyectaban muchas y no se realizaba casi ninguna. Valle-Inclán dijo que había que hacer el viaje en invierno, y José Ignacio Alberti, granadino, observó que en muchos sitios de Andalucía era muy frío el invierno. Valle-Inclán le contestó desdeñosamente, y Alberti le dijo que no fuera ridículo. Valle le insultó; Alberti le contestó. Valle le tiró una botella a la cabeza. Alberti le tiró una copa. Se armó un escándalo furioso y Valle-Inclán apareció con la mano llena de sangre. Se había hecho una herida. ’A ver si queda manco del otro brazo’, dijo uno de la tertulia". Baroja ya se dedica exclusivamente al oficio de escritor. Es el tiempo de sus grandes trilogías: La lucha por la vida, La vida fantástica, El pasado y Agonías de nuestro tiempo, entre otras.
El tercer capítulo se titula ’Itzea. Tierra Vasca. El mar’. Don Pío ya es un escritor de renombre y pese a que vive en Madrid desea reencontrarse con sus raíces. Tras leer, en 1912, un anuncio en El Pueblo Vasco en el que se hablaba de la venta de un caserón en Vera de Bidasoa, decidió acercarse a verlo. Así lo cuenta en sus memorias: "Vi el caserón, que verdaderamente era una ruina sucia llena de rincones polvorientos, con cuartos con el suelo apolillado y el techo roto... A pesar del aspecto ruinoso del caserón y de que no tenía huerta, me decidí a comprarlo. Pensaba que en diez o doce años llegaría a arreglarlo y hacerlo habitable". Itzea es desde hace años un espléndido caserón. En esos años escribió sus cuatro novelas del mar y varias obras de ficción sobre temas vascos. Su franqueza le lleva a escribir sobre sus propias novelas frases como: "El mayorazgo de Labraz es una novela desigual, mal compuesta, pero que tiene un fondo de romanticismo y cierto color y movimiento", nada que ver con los ególatras habituales.
Memoria de Pío Baroja se adentra a continuación en ’La novela histórica: las memorias de un hombre de acción’. Entre 1913 y 1935 publicó 22 novelas en torno a la figura histórica de Eugenio de Avinareta, un conspirador liberal que participó en la guerra de la Independencia y en las guerras carlistas. Sus escrúpulos profesionales le llevaron a dedicar muchas horas y esfuerzos a recopilar información sobre un personaje poco conocido, lo que a su vez le permitió bucear en archivos sobre buena parte de la España del siglo XIX. Los expertos afirman que la serie de Avinareta es la única en la literatura española comparable a los Episodios nacionales, de Galdós.
La exposición, en su quinto apartado, recoge la relación del escritor con la República y la Guerra Civil. Perseguido y detenido por los dos bandos de la contienda, se exilia en París. Escribió sobre las guerras carlistas y, naturalmente, sobre la Guerra Civil española con la honradez que siempre le caracterizó. Un breve diálogo de su novela El cantor vagabundo, de 1950, puede resumir su opinión:
"-Usted no es más que un escéptico -dijo la maestra.
-Creo que es lo único decente que se puede ser en esta época. Abstenerse en la lucha. (...) Estas guerras son como las antiguas guerras de religión, con la misma ferocidad, la misma crueldad y la misma oquedad. Unos y otros creen que están haciendo algo nuevo y, sin embargo, todo es igual, siempre igual".
El último volumen de sus memorias, La Guerra Civil en la frontera, se publicó en 2005, más de 50 años después de haber sido escrito. Sus opiniones, lúcidas, sin duda discutibles, y, siempre, argumentadas eran demasiado sinceras, a juicio de su sobrino Julio Caro, lo que motivó el aplazar su publicación. Lo mismo ocurrió con su novela Miserias de la guerra, publicada por primera vez en este mismo año de 2006.
La última sección de la muestra lleva por título ’Desde la última vuelta del camino’, igual que el de sus memorias. Abarca desde su regreso a España en 1940 hasta su muerte, 16 años después. Un tiempo de silencios y villanías, como la publicación de Comunistas, masones y demás ralea, el volumen que sin su consentimiento y sin ningún escrúpulo editó aquel siervo iluminado que se llamó Giménez Caballero.
El eje central literario de este apartado es la redacción de los volúmenes de sus recuerdos. En lo vital, se centra básicamente en la tertulia que mantuvo en su casa madrileña de Ruiz de Alarcón, magistralmente narrada por Juan Benet en su libro Otoño en Madrid hacia 1950. La exposición concluye con las fotografías de su entierro en el cementerio civil de Madrid, decisión que asumió y llevó a cabo Julio Caro pues ésa había sido la voluntad de Pío Baroja, lo que motivó un gran escándalo en la España del nacionalcatolicismo. Las reseñas de la prensa sobre el entierro que se exhiben no son sino una muestra más del sectarismo periodístico de una España intolerante y mezquina.
Dejemos que, una vez más, sea el propio Baroja quien concluya: "Yo hubiera aceptado como lema: la verdad siempre, el sueño a veces. La verdad, como verdad base de la vida y de la ciencia; la fantasía y el sueño en su esfera. Este entusiasmo por lo verídico y la antipatía por el fraude constante terminan, a la larga, en la misantropía; el otro camino de la contemporización conduce a la hipocresía y a la vulgaridad. Para manejarse bien es necesario un fondo de malicia, de sindéresis y de energía. Yo no lo he sabido tener".

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