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Manneken Piss

Manneken Piss Se nombra Manneken Piss, o sea, “niño orinando”, y posee una historia curiosísima, indisolublemente ligada a la ciudad europea de Bruselas.

La estatuilla original, referente de las miles que se han
diseminado por el mundo entero, se encuentra ubicada en una pequeña fuente en la parte antigua de la capital belga, en la esquina de las calles L’Etuve y Chene. Su aparición data del año 1619, cuando el escultor Jerome Duquesnoy la realizó en bronce, sin imaginar acaso que llegaría a convertirse en una pieza de extraordinaria celebridad.

El nacimiento del Manneken Piss, como personaje anterior incluso a la famosa estatua broncínea e inspirador de ésta, ha recibido varias explicaciones a lo largo del tiempo. Las más socorridas lo asocian a dos asombrosas leyendas, muy conocidas entre los bruselenses.

La primera narra que en una gran fiesta popular un rico burgués perdió a su pequeño hijo y que, luego de buscarlo durante cinco días con sus noches, lo halló en la confluencia de las calles antes mencionadas, en la misma postura que muestra hoy la obra de Duquesnoy.

Otra, mucho más fantástica, asegura que en cierta zona de la urbe ardía un fuego terrible, el cual fue sofocado por un niño que subió a un tejado muy alto y sencillamente “hizo pipi”.

Con el paso de los años, la simpática estatuilla adquirió un insospechado renombre hasta llegar a transformarse en una suerte de emblema o icono de Bruselas. Con su gracia atrajo a reyes, príncipes, generales, artistas y a cuanto curioso pasaba por la capital de Bélgica.

Según se cuenta, en cierta oportunidad el monarca Luis XV mandó a confeccionarle un traje a la medida, muy parecido al usado por los caballeros de su corte. La ceremonia para vestir al pequeñín resultó muy pomposa e inauguró una tradición vigente varios siglos después.

De su vitalidad dan fe las cerca de 300 mudas de ropa patrimonio del irreverente Manneken, obsequiadas por figuras muy importantes en los ámbitos político, cultural y deportivo. En la creciente colección de vestimentas se conserva con mucho celo la ordenada por el emperador francés Napoleón Bonaparte.

En Bruselas existe un museo llamado Casa del Rey, donde hay una sala expresamente dedicada al ilustre niño de la eterna micción. En ella los interesados pueden tener una visión más amplia del devenir y de las pertenencias del travieso personaje.

Y usted se preguntará de seguro por qué aludimos hoy a un tema que no nos concierne de cerca, si habitualmente ahondamos en temas propios de la historia camagueyana.

Pues bien, sucede que la urbe principeña cuenta con una versión de la estatua del primer ciudadano de Bruselas, como también se le denomina al Manneken. Los más observadores sabrán ya que hablamos de la enclavada en el patio del Museo Provincial Ignacio Agramonte.

Debido a su originalidad y atractivo, el Manneken genésico no tardó en ser reproducido una y otra vez, lo que le permitió viajar a un sinnúmero de países. Unos comparadores se conformaron con copias de cemento y arena.

Pero otros, los de mayor solvencia económica, pusieron todo su empeño, y desde luego su dinero, para contar con estatuillas de bronce, preferentemente hechas en la propia ciudad de Bruselas.

Entre ellos estuvo un acaudalado vecino de Camaguey, Juan Bilbao Batista, quien adquirió su Manneken en Bélgica y lo trajo a la isla en una fecha que se pierde entre los años 20 del siglo anterior. Inicialmente, el susodicho dispuso situarlo en el patio de su vivienda de la calle 17, en el capitalino reparto El Vedado, para disfrute exclusivo de la familia.

Más tarde el propietario mandó a trasladar la pieza a la comarca principeña, exactamente hasta la residencia de su finca “Ingenio Chiquito”. En ese sitio se mantuvo hasta el triunfo revolucionario, cuando el pequeñín inició un largo peregrinar que terminó por darle morada en los jardines del Museo Provincial Ignacio Agramonte.

Hasta donde se sabe, dicho Manneken pervive como ejemplar único de la Ciudad de los Tinajones.

Aseguran los menos jóvenes que hacia mediados del siglo anterior una reproducción similar a la fotografía líneas arriba mostró la desinhibida pose del Manneken en uno de los sitios más concurridos de la capital agramontina: la pequeña plaza que se halla frente al Teatro Principal.

La pieza, vaya recato, causó alarma entre la aristocracia camagueyana de entonces, la cual la tildó de inmoral y ejerció presiones para que fuese retirada, como finalmente sucedió.

Sin embargo, hoy el Manneken principeño, desde su cómodo emplazamiento del Museo Provincial, parece reírse un tanto de aquellos detractores de su primo hermano. Nada, que el chico se sabe dueño de la atención y la sonrisa pícara de cuantos pasan por su lado, y descubren con cuánta tranquilidad continúa satisfaciendo, porque sí, uno de los más perentorios reclamos del cuerpo.

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