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La Quica

La Quica

Francisca Guillén Ortega (1886-1933), conocida como la Quica, es un personaje relevante del que todos los archeneros, e incluso los nuevos residentes, han oído hablar en alguna ocasión.

La Iluminada de La Algaida no es una leyenda, es historia, pero una historia transida de misticismo y de aspectos que escapan a la razón, con tintes negros y sórdidos de una España que parece muy lejana en el tiempo (aún mas de lo que está) y sobre todo en las costumbres. En palabras de la sobrina de la Quica, doña Josefa Sáez Guillén, a la que se deben buena parte de estas notas aquel era otro mundo

Francisca era absolutamente analfabeta y según su propia familia más bien tonta. Delgada y pequeña le gustaba mucho la huerta y no se distinguía especialmente por su religiosidad. Un día, en plena juventud, de la noche a la mañana, dijo que se le había presentado el Señor y la Virgen, en Torre Junco y mas concretamente en Las Palmeras, delante de las antiguas escuelas. La Quica pasó a acudir a misa a diario, costumbre que ya no abandonaría en el resto de su vida, y a rezar frecuentemente el rosario. Hizo un cerco con piedras en el lugar donde se había producido la aparición para que nadie lo pisara y allí predicaba, al caer la tarde, las cosas del señor, sin meterse nunca en política. Todo el mundo coincide en señalar la transformación de la Quica, que pese a su nivel cultural y sus aptitudes iniciales pasó a expresarse estupendamente, a ser una gran oradora.

A sus misiones, que comenzaron en abril de 1900, fueron acudiendo cada vez un mayor número de personas.

El periodista A. de Brazel se desplazó a Los Baños para informar sobre la Iluminada de Lorquí, como la habían llamado equivocadamente muchos periódicos, y, desde el más absoluto escepticismo decidió acudir a una de las predicaciones. Según el artículo que publicó el 28 de junio de 1900, dos kilómetros antes de llegar a La Algaida: me sorprendió ver un largo cordón humano, compuesto en su mayor parte de campesinos, entre los que se veía un buen numero de bañistas. El cronista recoge los testimonios de gentes que ven a la Iluminada mirar al cielo y decir unas cosas muy bien dichas y se hace eco diario de los mensajes y conversaciones de la Quica con la Virgen y el Señor y no sólo de sus visiones, sino también de las de sus seguidores (señala que el cura visitó a la Iluminada, pero que no consiguió ver nada porque la virgen no visita a Francisca cuando ésta quiere) incluida la aparición misteriosa de monedas de cobre. Esta última visión es probablemente la que le permite el subtítulo a su artículo: La Iluminada de La Algaida. Una mujer que hace llover oro y habla con la virgen

El propio periodista asegura haber visto cruces formarse en el suelo y desaparecer, y añade:

¿Fue ilusión? No lo sé, pero yo lo vi. No por eso digo que crea en los sermones y visiones de "La iluminada".

Lo que creo a pies juntillas es que el fanatismo al cual han llegado las gentes de aquellas comarcas que me obligaron a descubrirme en aquel lugar, que amenazan y son capaces de maltratar al que diga delante de ellos "que no cree", y que vienen descalzos desde los pueblos cercanos como Molina, Ricote, Lorquí, etc...puede conducir muy lejos, si la autoridad no toma cartas en el asunto.

Las dimensiones de las predicaciones y probablemente esta apelación en un periódico nacional precipitaron los violentos acontecimientos. El 26 de agosto de 1900 el entonces alcalde de Archena, Serafín Sánchez, cumpliendo órdenes superiores, dispuso la salida de varios guardias municipales y un alguacil con la intención de disolver a la multitud y dar por terminada la predicación. La familia se opuso violentamente y el alcalde, al parecer con un bastón con punta, golpeó al padre de Francisca, Pablo Guillén. Esta le dijo que le pegase a ella, que su padre no tenía nada que ver; el alcalde no le hizo caso y la Quica le espetó con ese brazo no podrás pegarle a nadie mas. Esta es una de las predicciones mas conocidas de la Quica porque tuvo un cumplimiento casi inmediato: poco tiempo después de los hechos Serafín Sánchez tuvo un accidente de resultas del cual hubo que cortarle el brazo.

En los enfrentamientos de aquel día murió un hermano de la Quica, Tomás, veterano de la guerra de Cuba y su padre quedó gravemente herido. Tres de los guardias también resultaron heridos de gravedad, muriendo uno de ellos, José Ruíz Martínez unos días después. Otros asistentes fueron heridos levemente.

Después de la tragedia Francisca fue llevada presa (su sobrina mantiene que nunca estuvo en un psiquiátrico) y sometida a diversas pruebas para comprobar su cordura. El gobernador en persona fue a visitarla a la cárcel y acabó decidiendo su puesta en libertad.

Tras su excarcelación la Quica siguió predicando, pero ya no se produjeron las aglomeraciones de la gente para oírla, dejó de ser un problema de orden público. Entraba en ocasiones en trance y vaticinó sucesos y costumbres que parecen haberse cumplido en la actualidad. Entre ellas dijo que en Archena no pasaría nada malo y mucha gente se acordó de esta predicción cuando ocurrió la explosión del polvorín, que los hijos no conocerían ni respetarían a los padres, que las mujeres no se distinguirían de los hombres o que las estaciones sólo se conocerían por los frutos.

En 1932 la Quica se dejó en el altar de su casa un escapulario y una medalla de la que nunca se desprendía, se cosió el bajo de la falda con alfileres y se arrojó a la acequia. Alertada la familia de su desaparición, cortaron el agua para poder recuperar el cuerpo; pese a morir ahogada, no estaba hinchada ni parecía que hubiese tragado agua. Primero fue enterrada en Lorquí y posteriormente sus restos fueron trasladados al cementerio de Archena.

Nadie sabe lo que pudo llevar a la Quica a quitarse la vida pese a sus convicciones religiosas. La madre consultó a una espiritista, un término muy empleado en la época, que le dijo que en Francisca convivían dos espíritus uno bueno y otro malo y este último fue el que se la llevó.

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