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ladymarjorie

ANDRES GARCIA (1.941- )

ANDRES GARCIA (1.941- )
Si en el cromo pasado confesé que hace años había dedicado un poema sentido (y bastante guarro) a Jorge Rivero, este mes con García me veo obligado a declarar que este, un poema no tuvo, pero que a cambio le hice protagonista de mi I Valerio Lazarov You, novela por entregas. En ella este cromo ejercía de galán número 1 junto a beldades de la talla de Agata Lys y, evidentemente, Nadiuska (en sus respectivas transfiguraciones también). Era lógico, pues este pedazo de tiarrón azteca me marcó bastante más que Rivero al decubrirlo en los pases televisivos de sus bodrios con René Cardona Jr.
Andres fue todo un mito erótico en su tierra de adopción (ha nacido en la República Dominicana y además tiene sangre española por parte de sus padres), en él se resúmen a la perfección todos los rasgos positivos y negativos del macho latino: ese que puede ser cruel y romántico a partes iguales con el sexo contrario. Que es bravo y suave según corresponda, déspota y condescendiente, orgulloso y reflexivo. Fisicamente casi lo tenía todo: era más guapo que Rivero, con quien los directores en un principio le quisieron enfrentar. Pero por l a contra, pronto se vio que Jorge tenía bastante más prestancia, una imágen más dura y una personalidad que le hacían rechazar ofertas televisivas indignas de un actor que había pasado por Hollywood (y de trabajar con Hawks). Mientras, el nada hirsuto García se entregaba a los culebrones que le dieron muchísima fama y una gran cantidad de dinero (que el supo sacar de las piedras, aireando cuanto pudo aspectos de su vida privada que pronto fueron pasto de las revistas del corazón). Volviendo a las guapuras, contemplar a García en su mejor momento (finales de los sesenta- principios de los ochenta) es una experiencia grata para la vista. Su rostro aniñado, de preciosos ojos verdes, su cuerpo serrano... aunque si acaso habría que reconocer que sus piernas eran algo flacas. Incluso habría un detalle que no se debería sacar salvo si uno de repente se siente intimidado en sus actuaciones por ese exceso de vanidad tan irritante típico de los papitos como él: y es que su pene era muy pequeño. Imaginamos que un sietemachos consideraría esto ya no sólo una deficiencia a ocultar, sino un motivo de verguenza que lo disminuiría en poder viril. Y, en cambio, a juzgar por la de veces que consintió que se lo retratara con el micropene al aire, juraríamos que tamaña tara no le reportaba ningun conflicto personal.
Es en lo personal donde supo venderse de maravilla. Con un pasado aventuril digno de un Errol Flynn a escala menor o, por ponernos localistas, de un genuino Chanoc, podría vanagloriarse ad aeternam de sus experiencias indómitas de cazador de tiburones, ballenas y demás mamíferos de m ala fama por las selvas del Orinoco. Sobrevivió a tales alimañas con el mismo arrojo con que lo hizo tras sufrir un aparatoso accidente en helicóptero en el que acabó cayendo al mar (a los dos minutos ya salía a flote). Y si por si esto fuera poco, se salvó de un atentado a su persona mientras conducía su automóvil (le dispararon al parecer hasta dieciseis balas, saliendo ileso). En lo sexual fue un pichabrava que aportaría al mundo 16 hijos (esos, los oficiales por lo menos). Su aureola de triunfador fue pareja al de playboy y empresario de hostelería capaz de dirigir hoteles propios en Acapulco. Y como a todo heroe tambien le llega el aviso de la muerte a través del demonio del cáncer, se sobrepuso a dos malignos que invadieron su próstata. Pronto vendería su milagrosa superación a las televisiones mexicanas explicando que lo había conseguido gracias a unas hierbas mágicas.
Es lógico que su autobiografía, El consentido de Dios, fuese ante todo un profundo agradecimiento al divino por darle esa buena estrella que siempre le guió en todos sus percances terrenos. Con tamaño bagaje, amén de su apostura antes ponderada por mí, cae de cajón que fuese un macho adorado por las hembras y por bastantes señores.
Su debut cinematográfico data de 1.967 y fue interpretando al heroe popular Chanoc, el junglesco. Acompañado siempre por su padrino, complemento humorístico y veterano frente a su arrolladora juventud logró calar rápido entre los públicos de clase media. Al poco vendría su paso por el terror ruinoso del último Karloff (Boris fue a dar con sus restos en los estudios Churubusco para pasmo de sus seguidores más desprevenidos). Títulos como House of devil y Pacto diabólico pertenecen ya no sólo a lo peor de la carrera del único Frankenstein que mereció la pena, sino que se insieren en el período de declive total del reivindicable cine fantástico mexicano.
De entre todas sus películas de la primera mitad de los setenta, quizá la que le reportó mayores satisfacciones personales fue El principio (1.973), ambientada en la revolución del país y combinando drama con romance. Andrés con su actuación alcanzaría un premio ciertamente prestigioso, el Ariel. Sin duda una de las mejores bazas que tenía el machote era su desparpajo natural, dueño de un gracejo que parecía instintivo y que rapidamente caló entre el público. Su sentido del humor hicieron el resto (físico aparte).
Cuando Cardona Jr le reclamó de buena gana se puso en sus manos, pues sabía distribuir con pillería sus subproductos en los mercados extranjeros. Este experto oportunista, ladrón de cuanta fórmula internacional estuviese de moda, lo eligió de galán casi exclusivo en al menos tres títulos idénticos: Tintorera (1.977), El diabólico triá ngulo de las Bermudas (1.978) y Ciclón (1.979). Se beneficiaba de unos repartos insólitos, en tanto que venían cargados de estrellas americanas (una doble ironía, pues no sólo se plagiaba temática sino un estilo que en Hollywood parecía imperar que eran los all star cast, auténticos cementerios de elefantes míticos disfrazados de festival peripatético). Cardona jr. en esto último también dio calderilla: así pasaron por el terror en alta mar gentes como John Huston, Carroll Baker, Arthur Kennedy, Susan George, Claudine Auger o Lionel Stander junto a las autóctonas presencias de García y un barbitas horrendo al que se le enfrentó en galanura: Hugo Stiglietz. Este espanto de actor y de persona paradojicamente al medírselas con García reveló un sentimiento insólito que en un principio parecía no encajar en la trama, y así en sus duelos verbales con Andrés en Tintorera revolotea de manera constante una homofilia que sigue alucinándome a cada nuevo visionado (y sobre todo, por venir de donde viene). A cada plano de desnudez Garciesca le continua un contraplano de Stiglitz mirándolo con fijeza y blandura (¿problemas de orientación sexual del seudoactor Hugo?, ¿malicia de un Cardona con ganas de romper clisés?. Pas de tout. Pero me inclino a que el bestia que dirigía estaba de vuelta y media ya que esos primeros planos de las miradas de ambos maromos cuando están solos y se olvidan del trio con Susan George, dicen más que palabras del estilo te deseo moi non plus). Lo cierto es que la mierda de película esta (que nacía al socaire del éxito de Tibu rón) es un verdadero despliegue de exhibicionismo de nuestro cromo, que en su morenez de chulo de guiris, con integrales incluidos, causaría sensación. Iría más lejos: marcaría un hito en la historia del beefcake en ese país, acabando por relegar a la alimaña a un muy secundario plano. Sonrisa dentífrica irreprochable, naturalidad agradecible, momentos submarinos ideales para un nadador como él era en la vida real... De estas tres cacas, Tintorera es la mejor para la práctica del culto García. Porque el horror intríngulis es una ridiculez a cuenta de un pobre mamífero del tamaño de una sardina en escabeche que por dar un mordisquito de nada a una puta en bikini, a las tantas de haber comenzado la película, se arma la histeria. Lo que prima es el despliegue erótico de andar por casa y punto pelota.
En el Triángulo de las bermudas, la acción se hace tan imperceptible, el confusionismo ideológico, temático, plagiario es tan absurdo, el destape de Garcia es tan inexistente incluso, que podríamos decir que lo único que vale la pena es la pubescencia indigenil de René Cardona III, un crio a reivindicar con urgencia. Y quienes deseen tener un verdadero conocimiento de este fenómeno paranormal, les recomiendo que repasen mejor viejos programas del doctor Jimenez del Oso o, en su defecto, el demencial reportaje aparecido en un Lib de la época con el título de El triángulo de las desnudas (profusamente ilustrado, además). Saldrán ustedes ganando.
Más allá de catastrofismos de ínfimo presupuesto, la faceta de amante de mujeres internacionales de Garcia también se amplió a señoritas españolas de la talla de la nacionalizada Nadiuska o Amparo Muñoz. Ellas lo disfrutaron bien pues lo sentían como si fuese un Máximo Valverde más macizo. Con la primera se revolcó en Suave, cariño, muy suave (1.978) y con la ex Miss Universo en Mírame con ojos pornográficos (1.980) también conocida con el título de El sexólogo. Nada que no se sujetase a las nuevas corrientes seudoeróticas que empobrecían las pantallas mediterraneas y que siempre tuvieron sus partidarios.
Paradojas del destino, en los años noventa un Andrés ya maduro, de sienes plateadas y bigotazo mariachi triunfaría en nuestro país cuando nos invadió la fiebre de los culebrones. Fue entonces cuando verdaderamente este caballero se dio a conocer entre nosotros a lo masivo. Lástima que prostático y canceroso ya no pareciese ni la sombra de lo que fue antaño. El latino mozo por excelencia de su época.



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