J. D. SALINGER O EL ESCRITOR INVISIBLE
Jerome David Salinger decidió convertirse en un misterio en 1965, cuando se retiró del mundanal ruido. No soportaba la celebridad ni el éxito ni las entrevistas. Vivía aturullado y decidió retirarse a un rancho sencillo de Cornish (New Hampshire) a escribir con lentitud y a cultivar hortalizas. Consciente de su inmensa fama, guardaba sus manuscritos inéditos en una caja de caudales. La publicación de «El guardián entre el centeno» en 1951 fue como un relámpago: mucha gente se sintió tocada en algún lugar del corazón por el relato de ese adolescente más clarividente que confuso que se rebela contra los valores de la aristocracia, contra la educación y las leyes de los adultos, y decide dar rienda suelta a su imaginación y a su estupor. En su fuga de tres días, Holden Caulfield revolucionó la vida de muchos jóvenes: era un Huckleberry Finn moderno que se declaraba partidario de la pureza adolescente y que mostraba la repugnancia que le provocaban el vacío y el conformismo de sus mayores. Para muchos críticos, ese texto anticipó la rebeldía y las revoluciones de los jóvenes en los años 60.
J. D. Salinger no quiso nunca que escribiesen de él. Le indignaba que hurgasen en su infancia y adolescencia, en los secretos de su familia (durante años se dijo que era hijo de un rabino y que su madre se había cambiado el nombre), que descubriesen sus novias, sus bodas y algunos pecadillos de egoísmo. Ian Hamilton, autor de «En busca de J. D. Salinger» (Mondadori, 1988), escribió su bografía y la crónica de las dificultades con que se encontró: Salinger le denunció en varias ocasiones y fue objeto de algunos procesos. Sin embargo, el libro se lee muy bien, como una novela, y tiene datos jugosos: el más importante, más allá de desvelar «el misterio Salinger», es que «El guardián entre el centeno» puede leerse a la luz de la biografía del escritor. Holden Caulfield, el héroe, tiene mucho que ver con el adolescente que fue Salinger y que vivió en carne propia las contradicciones del siglo.
EL CHICO RICO DE LA CIUDAD
Jerome David Salinger nació en Nueva York el uno de enero de 1919 en el seno de una familia acomodada. Jugó entre los grandes edificios, paseó en bicicleta por Central Park y gozó de estupendos juguetes. Con doce o trece años se mudó a una casa mejor: era un chico rico de la gran ciudad. Cuando rondaba los quince años, su padre creyó que debía matricularse en la Academia Militar de Valley Forge. Allí se manifestó como un tipo especial. Era silencioso y pensativo, pero a la vez resultaba ingenioso y sutil, poseía un sentido peculiar del sarcasmo y se mostraba un tanto presumido y pomposo. Hacía muy bien las imitaciones de compañeros y famosos, y tenía una vocación clara hacia la interpretación. Usaba un lenguaje irreverente y amaba el periodismo y la literatura. A los quince años ya decidió ser escritor, y empezó a redactar los cuentos que le conducirán a la rara e inspirada perfección de su obra maestra.
Entre 1936 y 1937 hizo un viaje por Europa (París, Londres y Viena) y lo aprovechó para escribir relatos. Más tarde, cuando se desató la II Guerra Mundial, participó en ella, sobre todo en Europa, como sargento de infantería e incluso escribió una elegía por sus compañeros muertos. La experiencia bélica nunca le excitó ningún tipo de creatividad. Pero, su constancia y su firme vocación le llevaron a publicar sus primeros textos en la revista «Collier’s» y posteriormente en la mítica «Esquire». En 1941, le ocurrió algo singular: «The New Yorker» le había aceptado un relato sobre un muchacho desertor llamado Holden Caulfield, pero luego lo pensó mejor y se lo rechazó. No se debía alentar a los desertores en un tiempo tan complicado. En aquellos días alimentaba dos pasiones un tanto desapacibles: la de Oona O’Neill, hija del dramaturgo y más tarde esposa de Charles Chaplin, y la de Elizabeth Murray.
EL ÉXITO INSOPORTABLE
Le costó una década publicar el libro «El guardián entre el centeno», que alcanzaría fabulosas cifras de venta y se transformaría en uno de esos libros de culto, en una narración auroral, porque propone una angustiosa, lúcida y humorística búsqueda de la identidad a través de la ironía, el dominio del lenguaje, el desparpajo y la dudosa ejemplaridad de un joven que no se resigna a aceptar lo que la sociedad le ofrece. Se opone a la falsedad con una crítica mordaz que nos abarca a todos, a la humanidad al completo, sin hacer nada exactamente insólito, y expresa los miedos y los fantasmas del anhelo adolescente. La primera traducción al castellano, «El cazador oculto» (por cierto, con ese título lo leyó por vez primera Soledad Puértolas), apareció en Argentina en 1961 y la firmaba Manuel Méndez de Andes; la que podemos leer ahora en Alianza y Edhasa es de Carmen Criado. Ni el propio J. D. Salinger había soñado tal éxito, que se vio ratificado con sus siguientes títulos: «Nueve cuentos» (1953; en la actualidad, Salinger está considerado quizá el mejor cuentista norteamericano junto a Raymond Carver), «Fanny Zooey» (1961) y «Levantad, carpinteros, la vida maestra y Seymour: una introducción» (1963).
Convertido en un fantasma viviente desde 1965, sigue escribiendo. No quiere que le tomen fotos, no ve a nadie, y desprecia a los intrusos. Lo que no puede evitar es ser un mito literario del siglo XX y haber escrito uno de los libros más vendidos y leídos en Estados Unidos y en el mundo entero: millones de jóvenes se ven reflejados en su radical protagonista. Podemos decir que es un relato, un clásico ya, traducido a 30 idiomas, que sigue las huellas del «Wilhem Meister» de Goethe y que encabeza imprescindibles textos de formación o de educación sentimental. Pensamos en «Vida de este chico» de Tobias Wolf, «La senda del perdedor» de Charles Bukowski, «Agostino» de Alberto Moravia, las novelas de Bandini de John Fante o «Los hermosos años del castigo» de Fleur Jaeggy, entre otros.
J. D. Salinger no quiso nunca que escribiesen de él. Le indignaba que hurgasen en su infancia y adolescencia, en los secretos de su familia (durante años se dijo que era hijo de un rabino y que su madre se había cambiado el nombre), que descubriesen sus novias, sus bodas y algunos pecadillos de egoísmo. Ian Hamilton, autor de «En busca de J. D. Salinger» (Mondadori, 1988), escribió su bografía y la crónica de las dificultades con que se encontró: Salinger le denunció en varias ocasiones y fue objeto de algunos procesos. Sin embargo, el libro se lee muy bien, como una novela, y tiene datos jugosos: el más importante, más allá de desvelar «el misterio Salinger», es que «El guardián entre el centeno» puede leerse a la luz de la biografía del escritor. Holden Caulfield, el héroe, tiene mucho que ver con el adolescente que fue Salinger y que vivió en carne propia las contradicciones del siglo.
EL CHICO RICO DE LA CIUDAD
Jerome David Salinger nació en Nueva York el uno de enero de 1919 en el seno de una familia acomodada. Jugó entre los grandes edificios, paseó en bicicleta por Central Park y gozó de estupendos juguetes. Con doce o trece años se mudó a una casa mejor: era un chico rico de la gran ciudad. Cuando rondaba los quince años, su padre creyó que debía matricularse en la Academia Militar de Valley Forge. Allí se manifestó como un tipo especial. Era silencioso y pensativo, pero a la vez resultaba ingenioso y sutil, poseía un sentido peculiar del sarcasmo y se mostraba un tanto presumido y pomposo. Hacía muy bien las imitaciones de compañeros y famosos, y tenía una vocación clara hacia la interpretación. Usaba un lenguaje irreverente y amaba el periodismo y la literatura. A los quince años ya decidió ser escritor, y empezó a redactar los cuentos que le conducirán a la rara e inspirada perfección de su obra maestra.
Entre 1936 y 1937 hizo un viaje por Europa (París, Londres y Viena) y lo aprovechó para escribir relatos. Más tarde, cuando se desató la II Guerra Mundial, participó en ella, sobre todo en Europa, como sargento de infantería e incluso escribió una elegía por sus compañeros muertos. La experiencia bélica nunca le excitó ningún tipo de creatividad. Pero, su constancia y su firme vocación le llevaron a publicar sus primeros textos en la revista «Collier’s» y posteriormente en la mítica «Esquire». En 1941, le ocurrió algo singular: «The New Yorker» le había aceptado un relato sobre un muchacho desertor llamado Holden Caulfield, pero luego lo pensó mejor y se lo rechazó. No se debía alentar a los desertores en un tiempo tan complicado. En aquellos días alimentaba dos pasiones un tanto desapacibles: la de Oona O’Neill, hija del dramaturgo y más tarde esposa de Charles Chaplin, y la de Elizabeth Murray.
EL ÉXITO INSOPORTABLE
Le costó una década publicar el libro «El guardián entre el centeno», que alcanzaría fabulosas cifras de venta y se transformaría en uno de esos libros de culto, en una narración auroral, porque propone una angustiosa, lúcida y humorística búsqueda de la identidad a través de la ironía, el dominio del lenguaje, el desparpajo y la dudosa ejemplaridad de un joven que no se resigna a aceptar lo que la sociedad le ofrece. Se opone a la falsedad con una crítica mordaz que nos abarca a todos, a la humanidad al completo, sin hacer nada exactamente insólito, y expresa los miedos y los fantasmas del anhelo adolescente. La primera traducción al castellano, «El cazador oculto» (por cierto, con ese título lo leyó por vez primera Soledad Puértolas), apareció en Argentina en 1961 y la firmaba Manuel Méndez de Andes; la que podemos leer ahora en Alianza y Edhasa es de Carmen Criado. Ni el propio J. D. Salinger había soñado tal éxito, que se vio ratificado con sus siguientes títulos: «Nueve cuentos» (1953; en la actualidad, Salinger está considerado quizá el mejor cuentista norteamericano junto a Raymond Carver), «Fanny Zooey» (1961) y «Levantad, carpinteros, la vida maestra y Seymour: una introducción» (1963).
Convertido en un fantasma viviente desde 1965, sigue escribiendo. No quiere que le tomen fotos, no ve a nadie, y desprecia a los intrusos. Lo que no puede evitar es ser un mito literario del siglo XX y haber escrito uno de los libros más vendidos y leídos en Estados Unidos y en el mundo entero: millones de jóvenes se ven reflejados en su radical protagonista. Podemos decir que es un relato, un clásico ya, traducido a 30 idiomas, que sigue las huellas del «Wilhem Meister» de Goethe y que encabeza imprescindibles textos de formación o de educación sentimental. Pensamos en «Vida de este chico» de Tobias Wolf, «La senda del perdedor» de Charles Bukowski, «Agostino» de Alberto Moravia, las novelas de Bandini de John Fante o «Los hermosos años del castigo» de Fleur Jaeggy, entre otros.
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