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Un tranvía llamado Deseo (Lady Marjorie es Blanche y Lady Cordelia es Stella)

Un tranvía llamado Deseo (Lady Marjorie es Blanche y Lady Cordelia es Stella) BLANCHE, tensa e incómoda se sienta en la silla. Las piernas juntas y los hombros
apretados sujeta el bolso crispadamente, como si tuviese frío. Después de unos momentos,
comienza a serenarse y sus ojos revisan el lugar. Se oye el maullido de un gato. Melosa, BLANCHE
retiene la respiración. De pronto, su mirada descubre algo en un armario entrecerrado. De un
salto, va al armario y toma una botella de whisky. Se sirve medio vaso y se lo bebe de golpe. Con
cuidado deja la botella donde estaba y lava el vaso en el fregadero. Vuelve a sentarse detrás de la
mesa.)
BLANCHE.—(Bajo.) Dominarme... Necesito dominarme... (STELLA dobla la esquina corriendo y
va hacia la puerta del piso inferior. Llama alegremente a su hermana.)
STELLA.—¡Blanche! ¡Blanche!
(Se miran una a otra durante unos instantes. Luego BLANCHE se incorpora y corre hacia STELLA
con un grito.)
BLANCHE—¡Stella!... ¡Stella!... ¡Estrella!... (BLANCHE rompe a hablar febrilmente, con mucha
vivacidad, como si quisiese impedir que puedan detenerse a reflexionar. Se abrazan con fuerza,
espasmódicamente.) ¡Déjame que te vea!... Pero no me mires tú, no me mires, Stella, no me mires
hasta... luego... después que me dé un baño y esté un poco más tranquila... ¡Y apaga la luz ahora
mismo! ¡Por favor! No quiero que nadie me vea con esta luz tan cruda, (STELLA obedece con una
sonrisa.) ¡Acércate!... ¡Ay, Stella, Stella! (La abraza otra vez.) ¡No pensé que íbamos a encontrarnos
en un sitio tan espantoso!... Bueno... perdona... es que no sé lo que digo... Quería ser muy
cariñosa y lo primero que había pensado decirte era. «¡Stella, qué sitio tan bonito y qué casa tan...!»
Bueno... ja, ja... ¡Estrellita mía!... ¡Hermana!... No has abierto la boca desde que has llegado...
STELLA.—¡Cielo mío, no me has dejado hablar! STELLA se ríe pero mira a su hermana, con
cierta preocupación.)
BLANCHE.—Pues habla, habla... habla todo lo que quieras, mientras yo trato de encontrar que
beber... Tendrás algo digerible, ¿no? Bueno, vamos a ver... vamos a ver si puedo encontrarlo sola...
(BLANCHE va al armario y saca la botella de whisky. Trata de seguir bromeando pero tiembla y
respira con dificultad. Casi se le cae al suelo la botella, STELLA se da cuenta.)
STELLA.—Será mejor que te sientes, Blanche... Desde... Yo te sirvo. No sé con qué lo podrías
tomar... ¡Ah, sí! Creo que hay Coca-Cola en la heladera... Tráela tú, mientras yo...
BLANCHE.—No, Estrellita, Coca-Cola no. Estoy muy nerviosa esta noche para tomar Coca-Cola.
Pero bueno... ¿y dónde?... ¿Dónde está tu...?
STELLA.—¿Stanley?... ¡Ah, está en la bolera! Jugando... Es lo que más le gusta en el mundo. Hoy
tienen un campeonato... Mira, aquí queda un poco de soda.
BLANCHE.—La soda estropea el whisky, hermosita. No me hagas caso... y no vayas a pensar que
me emborracho todos los días... Es que me siento mal... sucia... cansada... con los nervios de
punta... Bueno, es igual... Siéntate conmigo y cuéntamelo todo. ¿Por qué vives aquí?
STELLA.—Te lo explicaré, Blanche...
BLANCHE.—Voy a ser muy franca contigo... Yo no soy hipócrita... soy sincera... Nunca... nunca
en mi vida... ni en una pesadilla podía imaginarme un lugar así... ¡Es de Poe!... ¡Solo Edgar Alian
Poe podría describir un sitio como éste!... ¡Supongo que lo que hay detrás serán los bosques de
Weis, con sus fantasmas y sus brujas! (Se ríe.)
STELLA.—No, cielo, no... Ahí donde tú señalas no hay más que las vías del ferrocarril.
BI.ANCHE.—Las vías... Entonces, hablando en serio, ¿por qué no me lo dijiste?... Con una simple
carta yo... (STEILLA. cautelosa, sirve otro vaso a BLANCHE.)
STELLA—¿Por qué no te dije qué, Blanche?... ¿Qué?
BLANCHE.—Las condiciones en que estabas viviendo.
STELLA.—Cálmate un poco ¿quieres?... Este no es un mal sitio, ni muchísimo menos... Lo que
pasa es que Nueva Orleans no se parece a ninguna otra ciudad... Esto es todo.
BLANCHE.—No me refiero a Nueva Orleans... me refiero al sitio y... ¡Perdona! (Se detiene
bruscamente.) Bueno, cambiemos de tema.
STELLA.—(Irritada.) Cambiemos. (Una pausa, BLANCHE mira con atención a su hermana y
STELLA sonríe, BLANCHE desvía la mirada y contempla su vaso que agita nerviosamente.)
BLANCHE.—¡Tú eres lo único que tengo en el mundo y ni siquiera te alegras de que esté en tu
casa!
STELLA.—Blanche, ¿qué estás diciendo? Eso no es verdad.
BLANCHE.—Puede... Se me había olvidado que eres de muy pocas palabras.
STELLA.—Nunca me dejaste hablar, Blanche. Siempre me callé cuando estábamos juntas...
BLANCHE.—(Suave.) Una buena costumbre... (Brusca.) Ni siquiera te ha interesado saber por qué
tuve que abandonar mi escuela sin esperar a las vacaciones...
STELLA.—Supuse que me lo dirías sin que te lo preguntara, si es que te interesa contármelo.
BLANCHE.—O sea que pensaste que me habían echado...
STELLA.—Pensé que habías dimitido... Sí, habías sido tú...
BLANCHE.—Me fallaron los nervios... Estaba deshecha con todo lo que había pasado y... (Con
rabia sacude el cigarrillo.) ¡Creí que me iba a volver loca!... Y entonces el señor Graves... el señor
Graves es el inspector de Enseñanza Superior... me sugirió que pidiese unos meses de permiso... En
un telegrama no se pueden matizar las cosas... (Se bebe el vaso de un trago.) ... Bueno... ¡Esto me
va a caer muy bien!
STELLA.—¿Te pongo otro?
BLANCHE.—No, no... Con uno tengo bastante...
STELLA.—¿De verdad?
BLANCHE.—Y, ¿cómo me encuestras, eh?... ¿Cómo me encuentras?
STELLA.—Bien... Te encuentro muy bien.
BLANCHE.—Una mentira piadosa. Jamás la luz del sol ha iluminado un estado de ruina tan
grande como el mío... Tú, en cambio... sí, bueno, has engordado más de la cuenta... ¡Pero te sienta
bien!
STELLA.—Oye, Blanche...
BLANCHE.—De verdad... de verdad. Por eso te lo digo... Aunque deberías cuidar tu cintura... Esas
caderas no... Vamos a ver... Ponte de pie...
STELLA.—Ahora no, Blanche...
BLANCHE.—¡Ahora!... ¿No me has oído? ¡Te he dicho que te pongas de pie! ESTELLA obedece
malhumorada.) Estás muy mal criada y además te has echado una mancha en ese encaje del cuello,
que no era feo... ¡Y qué peinado!... Con esa carita de ángel deberías llevar el pelo mucho más
corto... Supongo que tendrás una doncella...
STELLA.—Una doncella... No tenemos más que dos habitaciones...
BLANCHE.—¿Qué?... ¿No tienes más que dos habitaciones?
STELLA.—(Incomoda.) Esta donde estamos y... (BLANCHE se ríe con una risa mortificante. Pausa
incómoda.)
BLANCHE.—Ya está... Ya te has vuelto a quedar callada... ¡Qué suave eres! Te sientas quietecita,
cruzas las manos y pareces una niñita del coro...
STELLA.—(Inquieta.) Tú eres mucho más fuerte que yo, Blanche...
BLANCHE.—Sí, pero tú te dominas muchísimo mejor... Me parece que necesito otro trago. (Se
pone de pie.) Pues, para que lo sepas, no he engordado un solo kilo en estos diez años... Peso
exactamente lo mismo que cuando murió papá... El verano que tú te fuiste de Belle-Reve a vivir tu
vida...
STELLA.—(Aburrida.) La verdad, Blanche, es que te conservas divinamente.
BLANCHE.—Sí... Es mi encanto el que desaparece poco a poco...
(BLANCHE se ríe, muy tensa y busca la mirada de su hermana para serenarse.)
STELLA.—-(Amable.) Tu encanto está intacto...
BLANCHE.—¿Después de lo que me ha pasado? Ahora si que no te creo... ¡Pobre Stella! (Se lleva
a la frente una mano temblona.) ¿Es verdad que solo tienes dos habitaciones?
STELLA.—Y un baño...
BLANCHE.—Un baño... Al fondo de la escalera, la primera puerta a la derecha, ¿no? (Las dos
hermanas se ríen sin espontaneidad) Pues no sé donde me vas a instalar, Stella...
STELLA.—Aquí...
BLANCHE.—¿Esto qué es?... ¿Una cama plegable? (Se sienta en la cama.)
STELLA.—¿No te gusta?
BLANCHE—-{Con la voz blanca.) Sí... está bien... Prefiero dormir en cama dura... Pero no hay
ninguna puerta de separación entre estos dos cuartos y creo que Stanley... ¿No resultará un poco
indecente?
STELLA—Como tú sabes muy bien, Stanley es polaco...
BLANCHE.—Quieres decir, que es un poco... así... como irlandés...
STELLA.—Sí.
STELLA.—Con menos orgullo... supongo. (Las dos hermanas se ríen otra vez forzadamente.)
BLANCHE—He traído unos trajes muy bonitos para causarle buena impresión a tus refinados
amigos.
STELLA.—No te van a parecer nada refinados.
BLANCHE.—¿Ah, no?
STELLA.—Son amigos de Stanley...
BLANCHE.—¿Todos polacos?
STELLA.—Una mezcla...
BLANCHE—Sea como sea traigo un buen guardarropa y lo voy a usar... No sé si estás esperando
que diga que me voy a un hotel... pero te equivocas... Quiero estar aquí contigo... No podría estar
sola... Supongo que... te habrás dado cuenta, ¿no?... La verdad es que no ando nada bien... (Su voz
se ha ido debilitando. Está muy asustada.)
STELLA.—Nervios... Sí, te veo muy nerviosa... muy excitada.
BLANCHE.—¿Y qué va a decir Stanley? Si toma mi visita como la simple pasada de una hermana
de su mujer no creo que yo lo resista...
STELLA.—Lo único que tienes que hacer es no compararle con aquellos invitados que venían a
casa... No lo hagas y te sentirás muy bien con él...
BLANCHE.—¿Es... muy distinto a... nuestros amigos?
STELLA.—Es de otra raza...
BLANCHE.—¿Qué quieres decir? Dime de una vez como es...
STELLA.—No es fácil... Y menos para mí, que le quiero... mira... Esta es una foto suya. (Da una
foto a BLANCHE que la mira.)
BLANCHE.—¿Es un oficial?
STELLA.—Sargento primero de ingenieros... Y muy condecorado.
BLANCHE.—¿Llevaba todas esas medallas cuando te conoció?
STELLA.—Todas... Pero no fue esa chatarra lo que me deslumbró...
BLANCHE—Yo no he dicho eso.
STELLA.—Fue después, cuando... cuando tuve que adaptarme a su vida.
BLANCHE.—¿Quieres decir a su vida civil? (STELLA se ríe vacilante.) ¿Qué pasó cuando le dijiste
que yo iba a venir aquí?
STELLA.—Pues... bueno... todavía no lo sabe.
BLANCHE.—(Inquieta.) ¿No le has dicho nada?
STELLA.—Está muy poco en casa.
BLANCHE.—¿Viaja mucho?
STELLA.—Mucho.
BLANCHE.—Eso está bien.
STELLA.—(Bajo.) No soporto pasar las noches sola...
BLANCHE.—¡Vamos, Stella!
STELLA.—Si está una semana sin venir me puedo volver loca... Y el día que vuelve me echo en
sus brazos y rompo a llorar como una niña. (Sonríe.)
BLANCHE.—Eso se llama amor... (STELLA levanta la vista y sonríe con orgullo.) Stella...
STELLA.—Dime...
BLANCHE.—(Con rapidez.) No te he contado nada de lo que estarías esperando que te contase...
pero... me gustaría que fueras muy comprensiva con lo que te tengo que decir...
STELLA.—(Inquieta.) ¿De qué se trata, Blanche, de qué se trata?
BLANCHE.—Me lo vas a echar en cara, Stella... Sé que me lo vas a echar en cara... pero, antes...
recuerda que... que tú te viniste y yo me quedé luchando... Sí... tú nos dejaste para venir a Nueva
Orleans... no pensaste más que en ti... Yo me quedé sola en Belle-Reve... sola y... luchando para
salvarlo... No te hago ningún reproche, ¿sabes?, pero debes reconocer que dejaste todo el peso de
aquello sobre mis espaldas...
STELLA.—Hice lo que pude: buscarme un trabajo...
BLANCHE.—(Tiembla otra vez convulsivamente.) Sí, sí... eso lo sé... Pero abandonaste Belle-
Reve y yo no... Yo me quedé allí, luchando día y noche... Por poco me muero por defender la casa...
STELLA.—Cuéntame lo que ha pasado y deja de hacer una escena. ¿Qué significa eso de que
luchaste y luchaste por defender la casa?
BLANCHE.—Sabía que al enterarte de la pérdida reaccionarías de esa manera.
STELLA.—¿De qué pérdida estás hablando? ¿De Belle-Reve? ¿Es qué hemos perdido la casa...?
BLANCHE.—Sí, Stella.
(Las miradas de las dos hermanas se enfrentan por encima del hule amarillo que hay sobre la
mesa, BI.ANCHF. afirma ligeramente con la cabeza y STELLA baja la suya, muy despacio, hasta
hundirla entre sus manos, apoyadas sobre el hule. Se oye más fuerte la música negra del piano,
BLANCHE se lleva un pañuelo a la frente.)
STELLA.—¿Cómo la hemos perdido? ¿Cómo? (BLANCHE se levanta bruscamente.)
BLANCHE.—¿Qué cómo?... ¿Eso es todo? Te has vuelto delicadísima.
STELLA.—¡Blanche!
BLANCHE.—Delicadísima. Te sientas ahí y me acusas de todo...
STELLA.—¡Blanche!
BLANCHE.—Sí, Blanche... Blanche que recibió en la cara y en el cuerpo todos los golpes del
mundo... ¡Tantas muertes!... ¡Tantas idas, una detrás de otra, al cementerio...! Papá muerto, mamá
muerta... y Margarita, muerta de aquella enfermedad tan horrible... ¿Sabías que se hinchó como un
globo y no pudimos meterla en el féretro? La quemamos como se quema la basura... Llegaste tan
justa al entierro que no te enteraste de nada... Y los entierros no están nada mal cuando se compara
con la muerte... Un desfile silencioso... Pero la muerte... la muerte es otra cosa... Una respiración
ronca... una voz que rechina... alguien que llora pidiéndote que no la dejes viva... ¡Cómo si tú
pudieses hacer algo! En cambio los entierros son tranquilos... rodeados de flores... Buenos ataúdes...
Se los llevan en paz y si no estuviese en la agonía, cuando te pedían que los retuvieses, no podrías
sospechar que lucharon y lucharon para sangrar y para respirar... No... tú ni siquiera puedes
imaginártelo... Pero es que yo lo vi... yo lo vi... yo lo vi... Y ahora te sientas ahí, tranquilamente, a
decirme con la mirada que yo tengo la culpa de que perdiésemos esa casa... ¿Cómo crees que
pagamos las cuentas de tanta enfermedad y tanto entierro? La muerte es muy cara, Stellita, muy
cara...
Y detrás de Margarita murió la prima Jessie... La parca era una segadora instalada a la puerta de
nuestra casa... Stella... cielo mío... así es como perdí la casa... Ninguno de ellos tenía un miserable
seguro y ninguno dejó un céntimo. Bueno, sí... la pobrecilla Jessie dejó cien dólares... lo que nos
costó el féretro...
Y eso fue todo, Stella. Así fue... me quedé con el miserable sueldo que me pagaban en la
escuela... Así que... échame la culpa... Quédate ahí mirándome, segura de que yo soy responsable de
haber perdido la casa... Pero, ¿dónde estabas tú, Stella?... ¿Dónde estabas? Estabas aquí... aquí...
viviendo con tu polonés... (STELLA se incorpora bruscamente.)
STELLA.—¡Ya está bien, Blanche! ¡Cállate! (Va a macharse.)
BLANCHE.—¿Dónde vas?
STELLA.—A lavarme. Al cuarto de baño.
BLANCHE.—Pero si... ¡estás llorando, Estrellita!
STELLA—Claro... ¿También te sorprende eso?

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