Abre bien los ojos! ¡Ábrelos!
En este Viernes Santo que tanto dolor nos dicen las imágenes religiosas que estos días se pasean por las calles de toda España, me permito recordar ese momento cumbre de la Piedad que Julio Verne nos hizo leer:
Marfa Strogoff acababa de aparecer frente a él.
-¡Madre mía! -gritó-. ¡Sí, sí! ¡Para ti será mi última mirada, y no para este miserable! ¡Quédate ahí, frente a mí! ¡Que vea tu rostro bienamado! ¡Que mis ojos se cierren mirándote ... !
La vieja siberiana, sin pronunciar ni una palabra avanzó ...
.¡Apartad a esa mujer! -gritó Ivan Ogareff.
Dos soldados apartaron a Marfa Strogoff, la cual retrocedió, pero permaneció de pie, a unos pasos de su hijo.
Apareció el verdugo. Esta vez llevaba su sable desnudo en la mano, pero este sable, al rojo vivo, acababa de retirarlo del rescoldo de carbones perfumados que ardían en el recipiente.
¡Miguel Strogoff iba a ser cegado, siguiendo la costumbre tártara, pasándole una lámina ardiendo por delante de los ojos!
El correo del Zar no intentó resistirse. ¡Para sus ojos no existía nada más que su madre, a la que devoraba con la mirada! ¡Toda su vida estaba en esta última visión!
Marfa Strogoff, con los ojos desmesuradamente abiertos, con los brazos extendidos hacia él, lo miraba...
La lámina incandescente pasó por delante de los ojos de Miguel Strogoff.
Oyóse un grito de desesperación y la vieja Marfa cayó inanimada sobre el suelo.
Miguel Strogoff estaba ciego.
Marfa Strogoff acababa de aparecer frente a él.
-¡Madre mía! -gritó-. ¡Sí, sí! ¡Para ti será mi última mirada, y no para este miserable! ¡Quédate ahí, frente a mí! ¡Que vea tu rostro bienamado! ¡Que mis ojos se cierren mirándote ... !
La vieja siberiana, sin pronunciar ni una palabra avanzó ...
.¡Apartad a esa mujer! -gritó Ivan Ogareff.
Dos soldados apartaron a Marfa Strogoff, la cual retrocedió, pero permaneció de pie, a unos pasos de su hijo.
Apareció el verdugo. Esta vez llevaba su sable desnudo en la mano, pero este sable, al rojo vivo, acababa de retirarlo del rescoldo de carbones perfumados que ardían en el recipiente.
¡Miguel Strogoff iba a ser cegado, siguiendo la costumbre tártara, pasándole una lámina ardiendo por delante de los ojos!
El correo del Zar no intentó resistirse. ¡Para sus ojos no existía nada más que su madre, a la que devoraba con la mirada! ¡Toda su vida estaba en esta última visión!
Marfa Strogoff, con los ojos desmesuradamente abiertos, con los brazos extendidos hacia él, lo miraba...
La lámina incandescente pasó por delante de los ojos de Miguel Strogoff.
Oyóse un grito de desesperación y la vieja Marfa cayó inanimada sobre el suelo.
Miguel Strogoff estaba ciego.
0 comentarios