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¡Pobre chica, la que tiene que servir!
Más valiera que se llegase a morir;
porque si es que no sabe por las mañanas brujulear,
aunque mil años viva,
su paradero es el hospital.
Cuando yo vine aquí
lo primero que al pelo aprendí,
fue a fregar, a barrer,
a guisar, a planchar y a coser;
pero viendo que estas cosas
no me hacían prosperar,
consulté con mi conciencia
y al punto me dijo "Aprende a sisar."
"Aprende a sisar, aprende a sisar."
Salí tan mañosa, que al cabo de un año
tenía seis traies de seda y satén.
A nada que ustedes discurran un poco,
ya saben o al menos,
ya se han figurao
de dónde saldría
para ello el parné.
Yo iba sola por la mañana a comprar
y me daban seis duros para pagar:
y de sesenta reales gastaba treinta,
o un poco más,
y lo que me sobraba me lo guardaba un melitar.
Yo no sé como fue
que un domingo después de comer.
Yo no sé que pasó,
que mi ama a la calle me echó;
pero al darme el señorito
la cartilla y el parné
me decía por lo bajo:
"Te espero en tal parte tomando café."
"Tomando café, tomando café."
Después de este lance serví a un boticario,
serví a una señora que estaba muy mal;
me vine a esa casa y aquí estoy al pelo,
pues sirvo a un abuelo
que el pobre está lelo
y yo soy el ama,
y punto final.