Paisaje de Angeles Santos
Si no hubiera seguido pintando años después, Ángeles Santos habría podido ser el “Arthur Rimbaud” de la pintura. Apareció casi de súbito, en plena adolescencia, con 17 años o menos, embrujó en Valladolid primero y luego en Madrid. En poco más de un año medio pareció hacer un repaso de las estéticas de las vanguardias, asimilándolas, y mejorando día a día, con una velocidad de vértigo, su pintura, cada cuadro. Por una única obra, “Un mundo”, puede ser considerada surrealista: es una pieza grandiosa de 2.90 x 3.10 que se exhibió en el Reina Sofía y que no pudo viajar al Museo de Teruel. A la ciudad mudéjar llegaron trece obras suyas y diez del grupo de Valladolid –esencialmente Cristóbal may, el pintor inglés instalado en la ciudad de Zorrilla, y Mariano de Cossío-, pero no ha podido trasladarse esa mirada libre a Valladolid, que ofrece ecos del Greco, de Walter Spies –en concreto de dos cuadros: “Casa junto al estanque” y “Tío vivo”, recogidos en un libro que marcó toda una impronta en su tiempo: “Realismo Mágico. Post Expresionismo”, que debió ver en algún lugar aquella joven hacia 1928 ó 1929-, de la imaginería surrealista del momento y de algunos versos de Juan Ramón Jiménez, al que Ángeles Santos era muy aficionado. Ese cuadro está reproducido en fotografía y, aunque no es lo mismo y lo hemos podido ver en el Museo Reina Sofía, recibe al espectador que queda de inmediato subyugado.
Es difícil explicarse la evolución, el rápido aprendizaje y los logros de Ángeles Santos. Nacida en noviembre en 1911, era hija de una funcionario de aduanas con muchos hijos –entre ellos, Rafael Santos Torroella, poeta, crítico, experto en Dalí y en la Generación del 27- que iban de aquí para allá constantemente. Para no abrumar al lector con estos continuos traslados, hablaremos de dos esenciales: Sevilla y Valladolid.
En Sevilla, en el Colegio de las Esclavas Concepcionistas, al que asistía Angelita, ya vieron su talento natural para el dibujo y la pintura (“una monja clarividente, la directora, le enseña a dibujar copiando láminas de Ingres”; recordaba el comisario de la muestra Joseph Casamartina), le recomendaron a su padre que la liberase de los estudios, que le dejase concentrar su atención en ese oficio inusual para mujeres. Aunque Julián Santos, hijo de labradores y padre de siete hijos más, era muy conservador, acabaría accediendo, tras el traslado a Valladolid. Allí le paga unas clases con el pintor italiano Cellino Perotti, experto en restauración. Entre las alumnas, de clase alta, se hallaba por ejemplo Mercedes Pino, la hermana del poeta Francisco Pino.
Ángeles Santos acudió a esas clases, de ocho a nueve de la mañana, durante cerca de dos años. Y en 1928, durante una estancia en Saucelle de la Ribera, con sus abuelos, empieza a pintar de veras: paisajes, retratos de algunos familiares, y mezclaba en aquellas tentativas iniciales, en telas más bien grandes, “rotundidad y decisión en el tratamiento de la figura que ocupa casi por completo el cuadro, una cierta dureza y adustez unidas a un estilo bastante ‘naïf’ pero de una autenticidad pasmosa”, escribe en el bello Casamartina. Lo escribe y lo narra de viva voz al pie de otro cuadro impresionante: “Tertulia (El cabaret)”, que también posee el Museo Reina Sofía. A partir de estas piezas iniciales, su evolución será imparable. Pinta a su hermano Rafael, se acerca a las atmósferas de Solana. Y su primer éxito se produce con tres obras que presenta en el Círculo Mercantil de Valladolid: “La tía Marieta”, “Niños en el jardín” y “Retrato de niña”, obras que curiosamente presentan algunos paralelismos con periodos posteriores de Maruja Mallo, como “Un mundo” parece anticipar la obra de Leonora Carrington y Remedios Varo. Se dice que para entonces, y estamos en el verano de 1928, apenas visto pintura: quizá las láminas de Ingres y algunos dibujos de Cristóbal may. Francisco de Cossío le dedica una elogiosa crítica en “El Norte de Castilla”, del cual será director años después, y la saluda como la revelación de la colectiva. Y será él además quien le sugiera a su padre que la encamine hacia la profesión de la pintura en exclusiva. Julián Santos, conservador y reacio a este tipo de modernidades, no sólo acepta sino que será el cicerone de su hija en las visitas a museos de Madrid, y le permite acompañarlo a las tertulias de intelectuales en Valladolid. Tenía entonces 17 años.
Pero va quemando etapas sin descanso: conoce a Cristóbal Hall, un pintor manco nacido en Kent (había perdido el brazo izquierdo en los combates de la I Guerra Mundial), y también a otro artista como Mariano de Cossío (que vivía en Palencia, retirado con sus pinceles y una prodigiosa). Y aún falta otro hermano determinante como José María de Cossío. A su ciudad también regresaba desde Murcia, de cuando en cuando, el poeta Jorge Guillén (al que retratará excepcionalmente Cristóbal Hall). Pero también había ecos constantes de la Generación del 27, ángeles Santos llegará a conocer y a establecer amistad con Lorca. En abril de 1929, Ángeles Santos o Angelita expone individualmente en el Ateneo de Valladolid; Francisco de Cossío vuelve a dar en la diana y se hace en elogios hacia la joven. La exposición fue en abril de 1929. De esa muestra se perdieron muchas obras, pero los visitantes vieron una de las obras que ese expusieron en Teruel: “Autorretrato”, una obra realmente hermosa, de plenitud pictórica y gran desenfado para la época. Y entre abril y mayo de 1929, Ángeles Santos pinta sus dos obras maestras: la ya citada “Un mundo” y “Tertulia”, una obra realmente fascinante y misteriosa. Ángeles declaró en 1999: “Decían que era un genio, pero yo nunca me lo creí. Lorca, Cossío, Guillén, García Lesmes, que era clásico y tuvo una muerte muy desafortunada, Sinforiano del Toro... los intelectuales de la época venían a mi casa para ver mis cuadros (...) Lorca se quedaba perplejo delante de ellos. Me regaló el primer ‘Romancero Gitano’ (...) Mi pintura era atormentada”. Requerida y admirada ya en Madrid, se presentó en el Palacio de Exposiciones del Retiro en octubre de 1929. Llevaba el “Autorretrato”, otro cuadro que con certeza no se sabe cuál es, y “Un mundo”. La acogida es entusiasta. Pero su carrera, suspensa en la obsesión y en un puñado de demonios, se interrumpirá. Ella se sentirá abatida, mal, enferma, huirá de casa, tendrá que ser internada, y finalmente aparecerá el amor en su vida: el pintor Grau Sala se obsesiona con Ángeles, la pinta, la convierte en su musa, se casan, y la mujer que retorna a la pintura hacia 1935 es otra.
Es difícil explicarse la evolución, el rápido aprendizaje y los logros de Ángeles Santos. Nacida en noviembre en 1911, era hija de una funcionario de aduanas con muchos hijos –entre ellos, Rafael Santos Torroella, poeta, crítico, experto en Dalí y en la Generación del 27- que iban de aquí para allá constantemente. Para no abrumar al lector con estos continuos traslados, hablaremos de dos esenciales: Sevilla y Valladolid.
En Sevilla, en el Colegio de las Esclavas Concepcionistas, al que asistía Angelita, ya vieron su talento natural para el dibujo y la pintura (“una monja clarividente, la directora, le enseña a dibujar copiando láminas de Ingres”; recordaba el comisario de la muestra Joseph Casamartina), le recomendaron a su padre que la liberase de los estudios, que le dejase concentrar su atención en ese oficio inusual para mujeres. Aunque Julián Santos, hijo de labradores y padre de siete hijos más, era muy conservador, acabaría accediendo, tras el traslado a Valladolid. Allí le paga unas clases con el pintor italiano Cellino Perotti, experto en restauración. Entre las alumnas, de clase alta, se hallaba por ejemplo Mercedes Pino, la hermana del poeta Francisco Pino.
Ángeles Santos acudió a esas clases, de ocho a nueve de la mañana, durante cerca de dos años. Y en 1928, durante una estancia en Saucelle de la Ribera, con sus abuelos, empieza a pintar de veras: paisajes, retratos de algunos familiares, y mezclaba en aquellas tentativas iniciales, en telas más bien grandes, “rotundidad y decisión en el tratamiento de la figura que ocupa casi por completo el cuadro, una cierta dureza y adustez unidas a un estilo bastante ‘naïf’ pero de una autenticidad pasmosa”, escribe en el bello Casamartina. Lo escribe y lo narra de viva voz al pie de otro cuadro impresionante: “Tertulia (El cabaret)”, que también posee el Museo Reina Sofía. A partir de estas piezas iniciales, su evolución será imparable. Pinta a su hermano Rafael, se acerca a las atmósferas de Solana. Y su primer éxito se produce con tres obras que presenta en el Círculo Mercantil de Valladolid: “La tía Marieta”, “Niños en el jardín” y “Retrato de niña”, obras que curiosamente presentan algunos paralelismos con periodos posteriores de Maruja Mallo, como “Un mundo” parece anticipar la obra de Leonora Carrington y Remedios Varo. Se dice que para entonces, y estamos en el verano de 1928, apenas visto pintura: quizá las láminas de Ingres y algunos dibujos de Cristóbal may. Francisco de Cossío le dedica una elogiosa crítica en “El Norte de Castilla”, del cual será director años después, y la saluda como la revelación de la colectiva. Y será él además quien le sugiera a su padre que la encamine hacia la profesión de la pintura en exclusiva. Julián Santos, conservador y reacio a este tipo de modernidades, no sólo acepta sino que será el cicerone de su hija en las visitas a museos de Madrid, y le permite acompañarlo a las tertulias de intelectuales en Valladolid. Tenía entonces 17 años.
Pero va quemando etapas sin descanso: conoce a Cristóbal Hall, un pintor manco nacido en Kent (había perdido el brazo izquierdo en los combates de la I Guerra Mundial), y también a otro artista como Mariano de Cossío (que vivía en Palencia, retirado con sus pinceles y una prodigiosa). Y aún falta otro hermano determinante como José María de Cossío. A su ciudad también regresaba desde Murcia, de cuando en cuando, el poeta Jorge Guillén (al que retratará excepcionalmente Cristóbal Hall). Pero también había ecos constantes de la Generación del 27, ángeles Santos llegará a conocer y a establecer amistad con Lorca. En abril de 1929, Ángeles Santos o Angelita expone individualmente en el Ateneo de Valladolid; Francisco de Cossío vuelve a dar en la diana y se hace en elogios hacia la joven. La exposición fue en abril de 1929. De esa muestra se perdieron muchas obras, pero los visitantes vieron una de las obras que ese expusieron en Teruel: “Autorretrato”, una obra realmente hermosa, de plenitud pictórica y gran desenfado para la época. Y entre abril y mayo de 1929, Ángeles Santos pinta sus dos obras maestras: la ya citada “Un mundo” y “Tertulia”, una obra realmente fascinante y misteriosa. Ángeles declaró en 1999: “Decían que era un genio, pero yo nunca me lo creí. Lorca, Cossío, Guillén, García Lesmes, que era clásico y tuvo una muerte muy desafortunada, Sinforiano del Toro... los intelectuales de la época venían a mi casa para ver mis cuadros (...) Lorca se quedaba perplejo delante de ellos. Me regaló el primer ‘Romancero Gitano’ (...) Mi pintura era atormentada”. Requerida y admirada ya en Madrid, se presentó en el Palacio de Exposiciones del Retiro en octubre de 1929. Llevaba el “Autorretrato”, otro cuadro que con certeza no se sabe cuál es, y “Un mundo”. La acogida es entusiasta. Pero su carrera, suspensa en la obsesión y en un puñado de demonios, se interrumpirá. Ella se sentirá abatida, mal, enferma, huirá de casa, tendrá que ser internada, y finalmente aparecerá el amor en su vida: el pintor Grau Sala se obsesiona con Ángeles, la pinta, la convierte en su musa, se casan, y la mujer que retorna a la pintura hacia 1935 es otra.
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