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ladymarjorie

Capítulo Uno


¡Mademoiselle! ¡Mademoiselle! ¡Despierte, ya hemos llegado! Y veo su
carroza escarlata detenida en la puerta. Mademoiselle ¡Ha de refrescar
un poco ese rostro antes del encuentro!
- Tengo en plenas facultades casi todos mis sentidos en ese preciso
momento, Marie, pero de todos ellos el oído, te aseguro, que es el
que menos me falla. Así que calla de una vez y acércame el espejo para
que compruebe los estragos del camino. Bien, apenas se aprecia la
fatiga más que en la pesadez de los párpados. ¿Trajiste hielo, espero?
- Mademoiselle, llevo ya dos años a su servicio. Sus necesidades más
pequeñas son también las mías. Sus gustos los hice propios desde el
primer día en que me acogió en la casa, cómo no iba a traer el hielo
de mademoiselle ¿ y hasta el frasco de etanol y una pizquita de
almizcle por si precisaba ponérselo en el cuello…
- Ay, Marie! Cesa ya en tu plática y acércame el hielo. Eso es. ¡Por
fin!. Habré de insistir un poco más en toda la cara para esperar el
bendito efecto tensor que se lleve de ella la falta de sueño. Ahora
acércame a menos de un palmo el alcohol a la nariz mientras aspiro.
…..parece que ya hemos conseguido despertar estos ojos.
- Mademoiselle precisa también polvos??
- ¿Nunca vas a aprender, muchacha? La mañana no está echa para los
afeites en tanto la piel siga siendo lozana. Y ahora, vamos. Ella debe
estar afilando las uñas una vez más con este pequeño retraso,
suficiente sin embargo para echarme en cara que la impuntualidad es
siempre española.!
- Si me hubiese hecho caso ¡ Porque no se vistió el traje blanco como
la aconsejé? Por qué se ha empeñado en venir tan de oscuro,
mademoiselle?. La señora llevará sus mejores galas, mademoiselle, su
mejor peinado, mademoiselle y no ese simple recogido.Y alguna joya que
hubiese destacado con esta primera luz…
- Ay, Mademoiselle, mademoiselle! Detén ya ese soniquete. Venimos a un
convento y no a la opera. Ayúdame a descender y quédate en el coche.
- ¡Cochero! No permita a mi acompañante que entre el recinto en ningún momento.
- Así se hará, señorita.
- Pero, mademoiselle, quizá precise mi ayuda. Quizá me necesite ¡
- Para lo que he de hacer me basto y sobro, Marie. Ni llores, ni
gimotees, ni ruegues. Tu curiosidad quedará satisfecha a nuestra
salida. Mira, allí está su ayuda de cámara. Imagino que con las mismas
ganas que tu de cruzar ese umbral.

Cordelia avanzó con paso rápido para alejarse cuanto antes del coche
y la conversación impertinente de su criada, y detenerse después fuera
de su mirada curiosa tras cruzar la puerta del convento de Sainte
Marie Magdelaine y respirar con un esbozo de sonrisa en los labios el
aire fresco de la mañana. Este, pensó, ha sido siempre el mejor
momento del día, el de su estreno, el del disfrute de su primer
aliento y su primer gozo, el testifical del comienzo de la esperanza
de lo que hayan de traernos sus horas.
Las campanas sonando a maitines interrumpieron su meditación y la
devolvieron al objeto de la temprana visita.
Tiempo habrá después para más cavilaciones, Cordelia, - se dijo-
Sabiendo que las mismas quedarían postergadas hasta la vivencia de
otro amanecer.

No me gustaría que me hicieran esperar más de lo debido y no pretendo
enfadarla tan temprano- se repitió en silencio.

Al tirar de la cuerda de campana del torno sintió el escalofrío de un
recuerdo agitándose en su espalda y volvió a tironear del cordel
hasta que la hermana portera la detuvo con su Ave María,
….sin pecado concebida. Perdone hermana la insistencia, como le habrán
hecho saber traemos cierta prisa.
Mademoiselle, la prisa, mata y en la quietud, en la calma están las
bases de la virtud. La esperan en el claustro, permita que abra la
puerta. Cordelia sintió que el escalofrío se hacía más intenso en
aquel silencio hondo que ni el aliento del aire al rozar los muros de
aquella antesala rompía. ¡Nunca más aquí!- Se dijo-. "Nunca más" la
oyó repetir la hermana portera tras el velo negro que aseguraba su
anonimato y su clausura de cabeza a pies.
Cordelia siguió sus pasos.
Marjorie la Rochelle aparentaba los treinta años de una mujer que ha
vivido cuarenta. Arropada en una estela de seda salvaje esmeralda
cubría el destemple matinal reforzado por la humedad de la sala en la
que esperaba a Cordelia. Cubría con guantes del mismo color el tacto
directo de sus dedos con la superficie de cualquiera de los escasos
muebles que ocupaban la sala y en el rictus de sus labios se apreciaba
un matiz de desprecio por el sitio y su decoración que hubiese
descorazonado a cuanta persona hubiera podido acompañarla o justificar
el pésimo gusto de los mismos en los rigores religiosos de la orden
que amparaban estos muros. Cuando Cordelia entró, Marjorie de espaldas
forzó una primera sonrisa sin volverse:
-No hace falta que te justifiques, querida. Siempre es propio de las
de tu país el retraso hasta para llegar a las mismas puertas de la
muerte.
-es posible, Marjorie, pero tampoco tenía intención de dar
oportunidad a tu boca a rebatir cualquier disculpa. Deja que te vea de
cerca, desde mi palco de la ópera apenas advierto que por ambas comienza
a pasar el tiempo con mayor velocidad de la deseada, y deja también
que te abrace una vez más como cada año y te agradezca tu compañía aún
en la distancia.

-Llegue ese abrazo, amiga, y que nadie sepa que las dos personas que
mayor odio se profesan en público están en realidad más unidas que dos
hermanas.
- Hoy deseé dejar de fumar.

-Pero si estás fumando.
-Era un deseo, no una intención

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