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ladymarjorie

Camellies

Capítulo 9


- Me temo que en su estado, señorita, esa petición no obtendrá
respuesta- Respondió Gareth volviendo, cuidadoso, a entreabrir la
puerta.
- ¡Quiero un whisky!- Gritó, Marjorie saliendo tras el criado con un
búcaro de cristal en la mano para apoyarse torpemente en la
barandilla dorada mientras Gareth trataba de hacer oídos sordos al
comentarios de su señora, bajando la escalera.
- ¡Quién crees que eres, escocés del demonio!
- Desde luego su sombra, señorita, y considere tratar de no bajar tan
aprisa los peldaños.
- ¡Es tanto pedir un vaso de whisky en mi propia casa!-Le espetó
ahogada por el alcohol y la fatiga- En mi estado , Tras tan infausta
noticia. No hay palabra que describa aproximadamente mi
doloooooooooooooooooooorrrrrr
- ¡Señorita! ¡Señorita! Por el amor de Dios ¡que alguien me ayude!

Cordelia y sus viajes. Cordelia en la meditación de tantas idas y
venidas desde que la orfandad cambio su infancia, su vida. Arrullada
por un hombre con perfilados mostachos en un jardín, en tanto una
canción acompañaba el balanceo de la pequeña y unas manos la
acariciaban el oscuro cabello. Era el único recuerdo que creía tener
de sus padres. Cordelia y el internado misterioso donde conoció a su
más leal amiga, donde compartió con ella intimidades y hasta
persecuciones de muerte. Cordelia y América acompañada por su
institutriz, Cordelia, la indiana, instalándose en París. La mujer que
pudo ser delfina de Francia. Cordelia la triste buscando refugio en
tierra de moros, en abrazos de jinetes del desierto, en la lentitud
pesada del opio, en el pescador de esponjas de Rodas. Cordelia en
Londres recibiendo el consuelo de su amiga, recuperándose
definitivamente de lo que dos años y medio después, apenas hacía una
semana, había vuelto a enfermar . La viajera a las puertas de la
mansión de Marjorie a juzgar por la brusca parada del cochero y la
mirada de satisfacción de Marié y su terrible y aflautada voz
permanentemente silenciada y contenida en unos fruncidos labios de
enfado durante todo el tranquilo viaje.
- ¡Hemos llegado!
- Así es. Dijo tratando de ocultar la emoción por el reencuentro,
evitando pensar en las mentiras de la criada, apeándose con cuidado y
refrenando el paso hasta la puerta que estrepitosamente se abría en
ese momento dejando escapar los gritos y llantos que hasta entonces
retenía.
- ¡La señorita Cordelia!- Exclamó Gareth-¡En qué terrible momento el
Cielo nos envía alivio con uno de sus ángeles! Aturdida por el
mayordomo, por los gritos de la servidumbre rodeando una informe masa
rosa, Cordelia apartó casi a empellones el muro que conformaban
cuantos y cuanto se interponía en su camino. Un rastro de mesitas
caídas, cartas desperdigadas, cristales rotos, pétalos frescos de
flores y criadas asustadas condujo Cordelia trataba de despertar a
Marjorie de su oscuro sueño. Un bucle agitado hasta la desesperación,
un leve rocío en su frente, bastaban para alzar su preocupación, su
miedo, su voz sobre el chillerío.

- Marjorie, Marjorie, ¡Marjorie! –susurraba cariñosa, mientras
acariciaba el rostro de su amiga que comenzaba a entreabrir sus
oscuros ojos llenos de contenido dolor.
- A ti te harán más caso, querida-esbozaron en un suspiro sus labios-
¡Quiero un whisky!
- Gareth llevad a la Señorita a un sitio más cómodo y tranquilo. ¿El
médico está avisado?. ¿dónde está el ama de llaves?
- A su lado , Mademoiselle Cordelia- Casi susurró a su lado una mujer
extremadamente alta y velluda, de tez cetrina y cabellos claros.
Disculpe este caos y la falta de formas, soy Mrs Claudine Page.
- Dé usted las instrucciones precisas para anular cualquier compromiso
de su ama hasta nueva orden- contestó con cierta aspereza- y preparen
su bebida en el acto. Necesita reponerse un poco.
- Pero, mademoiselle…
- ¡Un whisky!

El griterío dio paso a la calma. Con instrucciones precisas y la
ayuda de Gareth, el servicio de Marjorie regresó nuevamente a sus
quehaceres habituales en la casa. En la pesada duermevela de la
accidentada, Cordelia trataba de adivinar el sentido de las inconexas
palabras y frases de la durmiente amiga.
Puti…….Esmeraldas….El barco….Paulette…
- Mademoiselle,Milady recibió anoche infaustas noticias de la India.
Su prometido apareció sin vida sorprendentemente hace dos semanas. En
cumplimiento de ancestrales tradiciones esta caja pone en propiedad de
mi ama la última atención del Maharajá- trató de aclarar Gareth
acercándola la dorada arqueta y mostrando su contenido
resplandeciente.
- ¿Bebe desde entonces?
- No deja de hacerlo desde que la escribió hace unas fechas. Nunca la
he visto tan turbada como en estas últimas semanas. Tan pronto
eufórica preparando su viaje asiático y sus nupcias, como alicaída
otras. Afanosa en el despacho a cualquier hora e indolente en la
siguiente. Ni siquiera asistió a fiestas, mademoiselle. ¡Y recibió dos
invitaciones del mismo Príncipe de Gales!.
- Tranquilo, buen amigo. Ya daremos con el sentido último de tanto
desequilibrio.
- Mademoiselle. Con permiso- interrumpió la aguda voz de Marie- el
médico ha llegado.
- Gareth, quédese conmigo por favor. Marie, hazle pasar y recuerda
anunciar su nombre en cuanto nos tengas enfrente. Es norma de cortesía
cuando se accede a las dependencias privadas de una dama y pareces
olvidarlo frecuentemente.
- Sí, señorita. Dijo retirándose la criada para aparecer en un suspiro
acompañada por el médico:
- ¡El señor Fitzgerald!

Rápido y de viriles ademanes, el recién presentado apartó a Cordelia
de su privilegiada posición en el lecho de su amiga. Sus manos tocaron
el desfallecido rostro y avanzaron impetuosas hacia sus hombros
tratando de desnudarlos.

- Doctor! Si lo que pretende es desvestir a esta dama. Creo
conveniente que me informe por adelantado- Indicó indignada, Cordelia.
- Con su permiso voy a desnudarla. Gracias a su infinito favor voy a
proceder después a auscultarla, comprobar su frecuencia cardiaca,
percutir en su zona lumbar y hasta proceder a realizar una sangría si
es necesario. Señorita.- respondió Fitzgerald cortante, mientras
seguía liberando a Marjorie de sus gasas rosa y despertaba en los
pómulos de Cordelia el rubor de la furia.
- Salga de la habitación Gareth y espere por favor tras la puerta por
si preciso sus servicios.
- Oui, mademoselle!
- Doctor! Permítame ser yo quien despoje de sus vestidos a mi amiga.
Por lo que estoy advirtiendo la delicadeza no forma parte ni de sus
actos, ni de sus palabras.- exclamó Cordelia apartando del cuerpo de
Marjorie las enormes y bronceadas manos del médico y no esperando tras
su hiriente actitud más comentarios hasta las conclusiones de la
exploración.
- Disculpe- Interrumpió el médico- Pero en América no andamos con
protocolos y miramientos. Soy de natural hosco y no muy dado a
conversaciones, pero no he querido ofenderla, mademosille.

Cordelia no respondió. Tras presentar el resplandeciente cuerpo se
apartó apenas unos pasos del lecho y se dejó llevar por la observación
de cada uno de los gestos profesionales del americano. Que tras un
rato y múltiples anotaciones en un cuadernillo oscuro sorprendió a
Cordelia con una sonora carcajada.
-¿Por qué nadie me dijo que había bebido? Señorita, su amiga tiene una
monumental y muy distinguida trompa aparte de la torcedura en uno de
sus tobillos que a juzgar por su color e inflamación paulatina la
tendrá apartada un tiempo de bailes y carreras. Abochornada por la
directa respuesta a Cordelia no le cupo más que proceder a vestir a su
amiga. Mientras desde la puerta una no menos risueña voz trataba de
despedirse con un "Volveré mañana" que Cordelia no pudo ni supo
contestar al escuchar de los labios de su muy despierta amiga un
pícaro " y pasado mañana, también, doctor".
Cordelia sonrió, mientras abrazaba cariñosamente a Marjorie.

Capítulo 8

Capítulo 8 Atacada por una ceguera instantánea, gracias al humo del cigarrillo que fumaba, Cordelia se disponía a dejar Paris a toda prisa, le parecía haber estado perdiendo el tiempo, pues aunque segura ya de que la niña no estaba en la capital francesa, se sentía al acecho por la debilidad que la baronesa de Valbonne sentía por Paris.
-¡Marie! ¡Marie! ¿Has terminado de hacer mi equipaje?- por mucho que hiciera sonar la campanilla Marie no aparecía.
Una criada robusta y colorada, no acostumbrada a pisar las estancias de Cordelia apareció tímidamente tras la puerta, tras haberse dado una carrera rápida escaleras arriba, como se le notaba por los resuellos mal contenidos.
-¿Y Marie? ¿Tú no eres Marie?- le chilló la señorita mientras cerraba una carta que acababa de escribir.
-No, mademoiselle, soy Dioniza,
-¡Ah!- la reconoció Cordelia- ¿Y qué haces aquí?¿Dónde está Marie?
-Mademoiselle, Marie salió no hace media hora. La vi marcharse en un coche que la recogió a la esquina de la casa, lo sé, no porque estuviera curioseando, sino que barría, y la vi.
-Está bien, está bien, puede retirarse- ordenó la dueña de la casa, y como tal, dejó que la criada se hubiese marchado para volver a tocar la campanilla y llamarla: -Dioniza- esta apareció al instante- cuando llegue Marie, quiero verla inmediatamente. Nada más.
Cordelia miró el papel que acababa de lacrar, dudó un instante si romper la carta o hacerla llevar, pero ni siquiera estaba Marie para entregarla debidamente. Marie se había ido sin decir nada, como si se hubiese adelantado a su recado antes de que le fuera dictado,¿tendría un amante y querría despedirse antes de la partida a Londres? No. Marie le habría comentado algo de pasada, porque siempre se la pillaba ante sus pesadeces, además, apenas la había dejado separarse de ella en dos semanas.
Apagó el cigarrillo y tuvo un instante de desconfianza hacia su doncella ¿y si las demás cartas que le había hecho entregar este último mes no habían llegado a su destino? No. Había obtenido respuestas de casi todas. Mientras esto pensaba, oyó los pasos inconfundibles de Marie subiendo las escaleras. Cordelia ni se dignó a mirarla
-Mademoiselle, otra vez ha estado fumando, no puedo dejarla sola un momento, ya sabe lo que le dijo el médico de sus débiles pulmones
-Tunanta, embrolladora- replicó Cordelia ante el asombro de la otra que creía que con una representación de que allí no había pasado nada su ama no le reñiría tal como Dioniza le había avisado abajo.
-Mademoiselle, yo...-
-Tunanta y taimada ¡Sí! Antes de que me expliques porqué no estabas cuando tanto te necesitaba he de advertirte que no se puede estar en el palco con el César y en la arena con los leones ¿Donde has estado?
Notó el rubor en las mejillas de Marie, que se echó a llorar al instante. Ante esa inesperada respuesta Cordelia no tenía otra contrarréplica que serenarse y tranquilizar a su doncella
-Vamos, vamos, no llores ¿no dirás que soy un ama despótica después de todo?
Más tranquilizada, Marie decidió narrarle lo que había sucedido:
-Mademoiselle, hace una hora llegó un sirviente con una nota dirigida a mi persona. Yo me sorprendí por lo inesperada. La señora estaba escribiendo y no quería molestarla, y además en la nota se me indicaba cuan importante era el desconocimiento de esa nota para mademoiselle. En ella, se me aconsejaba además, que fuese a un lugar de encuentro, bajo pena de que mademoiselle pudiera correr peligro más adelante si servidora no se presentaba.
Sorprendida por la explicación, Cordelia no sabía que decir: -Deja de gimotear ya. ¿Tienes en tu poder esa nota?
-No mademoiselle, la rompí tras el encuentro.
-Y vamos, Marie, no me pongas más nerviosa, dónde era ese lugar y quien te esperaba allí, y qué te dijo.
-En el parque Monceau, bajo la escultura de los querubines. Apareció un señor alto, bien vestido y con los ojos zarcos. Ay mademoiselle. Que miedo pasé.
-Marie, parece que no te atrevieras a abrir una caja llena de avispas. Dime lo que ocurrió. Rápido.
-Él no se presentó, me hizo preguntas para saber si yo era realmente yo y después me advirtió que no saliéramos de Paris porque nuestras vidas corrían peligro.
Un colibrí se enderezó dentro del estómago de Cordelia.
-Eso te dijo ¿eh? ¿Y no pensabas contármelo?
-¿Porqué dice eso mademoiselle?
-Por el modo en el que apareciste hace unos minutos por esa puerta: no traías cara de que nos acabaran de amenazar.
-Ay. Yo no quería contárselo mademoiselle. Para no asustarla.
-El parque Monceau está a tres cuadras de aquí, debes estar muy cansada.
-Sí señora, fui corriendo y volví lo mismo porque no quería, como ha ocurrido, que mi ausencia la creara desavenencias con mi persona.
-Cálmate y descansa, échate un rato mientras pienso.
-¿No está enfadada mademoiselle conmigo?
-¿Y qué te ha hecho pensar, semejante cosa? Retírate.
Sola, en sus habitaciones, rodeada de los pocos vestidos que quedaban por ser embaulados Cordelia echó de menos un hombro amigo en el que guarecerse el tiempo suficiente para calibrar la situación que acaba de acontecer. Notó, gracias a la información de Dioniza,que Marie le había mentido al menos en una cosa: no había ido corriendo, sino en coche. Cogió la carta y la rompió en catorce pedazos. Ella misma se personaría como remitente , además, el contenido había cambiado. Algo estaba pasando de lo que no era consciente.


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Medio a oscuras, vislumbrada por la escasa luz que Londres propina a los alfeizares de las casas de la zona de Moldavia, Marjorie reposaba en un sillón de una forma que habría escandalizado a cualquier visita. Vestida con un largo y coqueto camisón rosa palo de seda, apenas era una sombra arremolinada de cualquier manera bajo los tapices japoneses de su biblioteca. Sólo Gareth, su fiel mayordomo era capaz de carraspear su garganta para hacer notar su presencia ante su señora. Recogió él mismo las piezas rotas de dos jarrones y levantó del suelo la cabeza de Marjorie:
-Sí, estoy borracha- le dijo
-Si la señorita me permite le ayudaré a incorporarse- dijo esto mientras cubría de desnudez las piernas de la dama.
-La maharani de Puri te da las gracias.
-Precisamente señorita, abajo esperan instrucciones sobre la visita de los embajadores.
-Pues que esperen, la maharani no está para recibir a nadie y así lo hace saber a sus sirvientes.
-Mandaré que le suban una taza de café bien cargado, a no ser que prefiera otra cosa.
-Quiero un whisky.
Gareth pensó que era mejor bajar él mismo a dar las instrucciones a la criada para preparar el café. No era la primera vez que tenía que desobedecer las ordenes de lady Marjorie.
Agazapada en el suelo encontró una carta arrugada que él mismo había llevado en la bandeja a su señora la noche anterior. Pero ¿y el paquete que acompañaba a dicha carta?.
Tras dejarla en una posición estable en el sillón, Gareth se dirigió a la habitación de su señora. La cama estaba sin deshacer por lo que dedujo que tras entregarle la carta mientras se peinaba, Lady Marjorie había acudido a la biblioteca. Ningún criado había escuchado nada, ni siquiera el destrozo de los jarrones. Efectivamente, los peines estaban sin colocar sobre el tocador, y en el dosel de la cama esperaba la bata, junto a la chimenea estaba el envoltorio del paquete y sobre una mesita auxiliar una caja cuadrada que parecía de oro. ¿Qué contendría? Fiel a sus principios no la abrió. Se limitó a recoger los papeles e introducirlos dentro de la chimenea.
-Todo llega-Lady Marjorie había aparecido en el marco de la puerta como un fantasma, apenas soportándose en pie como un caballo recién nacido.
-A veces tarde- insistió mientras Gareth corría hacia ella antes de que se desvaneciera.
-Quien supiera, Gareth- y se agarró fuertemente a él para dejarse coger en brazos y ser llevada a la horizontalidad de la cama- ¿Sabes lo que es eso?- preguntó al mayordomo mientras señalaba con la nariz la caja de oro.
-No, señorita
-Mi despedida de la India. Un collar de esmeraldas como nunca se ha visto. Perteneció a la difunta maharani de Puri, madre de mi prometido. Y ahora es mío.
-Déjeme que le abra la cama, señorita.
-La conocí hace un año cuando visité el templo de Jagannath. El maharajá le ató un sari alrededor de su cabeza y la autorizó a rezar. Había un niño sacerdote y una mujer de la casta de los brahmines que le ayudaron a encender velas. Pobre mujer, quien le iba a decir que fallecería con su esposo poco después. ¿Y a mí? Que sería destinada a ser su nuera...
-¿Quiere que mande a Rose para asearla? Será sólo un momento.
-...en un palacio rodeado de jardines y lagos, atendida por quinientos sirvientes...
-Si me permite la señorita, tal vez sea mejor llamar al doctor. El estado en el que se encuentra no se debe, si me lo permite, solamente al alcohol.
- Y el destino, querido Gareth, ha dicho que no. Ya no seré la maharani de nadie.Tal vez no esté hecha para que me den permiso para rezar.- Hizo una pausa de seis segundos- Mi prometido ha muerto.
El mayordomo en parte se reconfortó de saber las causas del estado de su señora, tras ponerle un paño húmedo sobre la frente se dispuso a bajar para dar a Rose las instrucciones pertinentes, pero antes de salir por la puerta oyó a su señora decir:
-¡Quiero un whisky!

Capítulo 7

Las calles de París nunca fueron desconocidas para Cordelia
acostumbrada a recorrerlas acompañada por una pequeña escolta secreta
en otros tiempos, una soledad de naúfraga en estos. Las casas, los
restaurantes de moda, los orfanatos y hospitales, hasta los barrios
deprimidos que rodeaban la ciudad tampoco. A una llamada suya, puertas
inexpugnables se abrían, pero tras dos semanas de empeño infatigable
en gestos, se imponía el desánimo y la falta de esperanza al no tener
pista alguna sobre el paradero de Paulette y su secuestradora la
baronesa de Valbonne. En la semioscuridad de su habitación determinó
adoptar la medida de excepción, el último recurso. Impetuosa,
librándose de la misma sensanción que la ataba a no mover un solo
dedo, llamó a la criada.

-¡Marie! ¡Marie! Rápido, no te demores, avisa a la peinadora y
prepárame el vestido azul tinta.
-Va salir, mademoiselle? ¿dónde si me permite la pregunta?
- Por supuesto que no te la permito! Respondió ofendida ante la
curiosidad de la doncella.¡Sigue mis indicaciones con presteza!
- Oui, mademoiselle! Suspiro la doncella escondiendo en sus palabras
el orgullo herido.

Visitar palacio no la suponía más esfuerzo que acudir a la ópera o a
una reunión de damas de la aristocracia con algún fin benéfico, pero
sí pereza. Medir las palabras, sopesar los dobles sentidos de las
conversaciones, sonreír cuando se quisiera gritar eran ambientes en
los que Cordelia sabía valerse, aunque la fatiga era superior en
ocasiones al haber podido sobrevivir al más seguro de los naufragios
en mitad de una fiesta de la corte. Luego estaba el reencuentro con
él. Aunque jamás se había podido ir del todo. Nunca hubo puntos
finales, todo lo más suspensivos entre la declaración del amor más
puro e intenso y la decisión de un matrimonio de conveniencia que la
distanció de ella, que no del conocimiento de su soledad y su dolor
del que quienes le rodeaban, le predicaban de modo constante su hondo
sufrimiento de princesa repudiada. Porque Cordelia, pese a sus
títulos, no disponía de orígenes tan claros por causa de su condición
de extranjera y último eslabón de una casa real viva sólo en su propia
sangre, como los de la actual esposa principesca.
El, odiado, soñado en intimidades que ya no regresarían , deseado,
llorado de rabia, objeto de comprensión hasta en esta separación por
íntimas certezas transmitidas en los fluidos vitales de su casta de
reyes. El, más maduro, más reservado en sus miradas furtivas, más
sereno en sus ademanes al recibirla y honrarla con sus respetos y su
seguramente primer esbozo de sonrisa del día a horas tan próximas a la
cena que en esta nueva oportunidad de intimidad, tras meses de
alejamiento, con que ahora acompañaba su visita e impedía una
conversación demasiado concreta que determinara su partida.
No todos los días el podía alegrarse de manera tan íntima con aquel
rostro de profundas alegrías, de fuentes primordiales de alborotos
interiores que emanaban desde la primera vez que se encontraron,
ajenos a sus títulos, en un paseo por un París excesivamente diminuto
para el germen gigantesco de un sentimiento que comenzaba a
desarrollarse como la habichuela del cuento.
Ella, coronada ahora de pequeñas violetas. Refulgente como noche de
luna, con el escote adornado de pequeñas lágrimas de topacio, sencilla
en su majestad. Ella, acostumbrada a callar ante los demás su nombre,
trataba de ocultárselo también y que no se le precipitara labios
afuera y denotara el interés y la fuerza que le permitirían no dudar
de que cuanto se sintió, permaneciera más allá del original poso del
buen recuerdo.
-Cordelia. Me alegra verte profundamente- Dijo sonriendo.
-¡Alteza!- pronunció ella sonrojada mientras iniciaba una reverencia
que ocultaba su renovada turbación.
-Algo has de necesitar imperiosamente para venir a visitarme.
-Luís, Luís! .-Expresó tratando de reprenderle y frenarle, temiendo
acelerar el curso de un tiempo al que ansiaba anclarse.- La niña ha
desaparecido.. Soltó sin pensarlo dos veces- Llevo dos semanas
revolviendo París entero sin fruto alguno..-
Quiso ser fuerte y no pudo, notaba como su inquietud atenazaba su
garganta hasta dejarla sin palabras, hasta expulsar lágrimas que más
tarde la avergonzarían al reflexionar sobre el momento que estaba
viviendo. El príncipe la abrazó con a misma ternura de antaño y la
besó los cabellos mientras la acariciaba. Ellos lo sabían. Nuevamente
los cauces de la antigua torrentera volvían a llenarse.




-¡Mademoiselle! ¡Mademoiselle!

Sólo dos gritos pudieron arrancar del sopor y las ensoñaciones a una
poco madrugadora Cordelia.
-¡Ella!¡Ella la ha escrito desde Londres!¡La muy desvergonzaaada!

- Pero quién?
- ¡Quien va a ser, mademoiselle! ¡Lady Marjorie!
- Dame esa carta y sal por favor-exclamó secamente la señorita,
esbozando un una sonrisa para no herir más la ya maltrecha curiosidad
de su criada

Londres, a 23 de abril

Querida Cordelia.
Llegan a estos oídos, atestados de tintineantes sonidos por el
entrechocar de los brindis en mi saloncito japonés, rumores de que has
regresado a palacio para solicitar un favor a tu AMIGO. Conociéndote,
mi querida y despistada torporrona, sé que la fatiga de aquel día y la
desaparición de nuestra niña en aquel escenario de fuegos y baronesas
perversas te harían olvidar el destino de aquella en esta la ciudad
que habito. ¿Sorprendida por mis atinadas informaciones? Mis manos
llegan donde no pueden llegar mis ojos, ya me conoces.
Sin dejar de insistir en tus olvidos y preocupaciones, quiero
preguntarte en persona si al menos ese amigo tuyo, conquistó
nuevamente el fruto de su pasión o volviste a hacerte la inocente
remilgada que no acaba de disfrutar de sus principescas atenciones.
Como siempre te repito, querida:
-Cuando hay berros, hay que comerlos y no debatirse en disquisiciones
románticas.

En fin, me gustaría que vinieses a Londres a ayudarme en los
preparativos de mi boda. Tranquila, nuestra imagen de enemigas queda
salvaguardada, por la campaña que a favor de mi, está haciendo el
propio Arzobispo de Canterbury, empeñado en presentarme como la
primera patriota de este país. ¿sorprendida? En breve recibirás, aquí
va el gran truco, el apoteosis de mi actual gloria, un billete en el
que el referido te solicitará me acompañes en estos menesteres por
causa de tu probada educación y piedad, hasta aquí llega tu fama,
Cordelia, querida.
Lo pasaremos bien, ya verás. No seas perezosona, ni creas que tu
amante permanecerá en París para conseguir un nuevo rato a tu lado. Su
señora usurpadora y él, están cruzando el canal en estos momentos en
los que me lees admirada. Además, sabes que tienes mejor gusto que yo
para elegir un modelito de boda. No quiero ni contarte como manejas
flores, joyas y complementos: Ya sabes que soy muy ecléctica de gustos
y no quiero cometer demasiadas torpezas ahora que se me corona como
mártir de un matrimonio de estado para mejorar las relaciones con los
reinos asiáticos.
Ven. No te demores
Siempre tuya
Marjorie

Post Data: Aunque te resulte extraña mi petición, no dejes de traerte
a esa criadita tuya

A Cordelia su torpeza en las afirmaciones de su amiga la llevó del
rubor a la carcajada. Detrás de la puerta, Marie, se mordía los labios
mientras sus manos enrojecían al apretarse entre sí con rabia.

Capítulo 4

Cubierta por su velo, para no ser reconocida, tuvo un instante en el que sintió algo parecido al inicial ridículo que pasó en sus primeros tiempos como debutante; fue al abrir la puerta que comunicaba el claustro con el interior de la iglesia y un chirrido ensordecedor encendió la curiosidad en la mirada de todas las niñas hacia la entrada donde ella permanecía. No se amilanó. Ante las fruslerías, las tomaba como lo que eran, cosas sin verdadera importancia. Avanzó por la parte de atrás de las sillas y se hizo a un lado en un lugar lo suficientemente lejano, para enseguida sentarse mientras se persignaba. Todo a su alrededor no había cambiado, excepto el oficiante, ajeno a aquella visita extraña que las niñas perseguían perplejas y desconcentradas de sus oraciones.
La de Valbonne, no se movió un ápice de su sitio, acompañada de Paulette, a la que murmuraba algo por el asentir de la cabeza rubia de la niña. Sor Marciala había interceptado a Lady Marjorie con sorpresa y se dirigió rauda hacia ella.
-Señora...
-No me interrumpas ¿no ves que rezo?
-Pero señora, vuestra presencia aquí...
-Cómo el respeto no parece ser una de tus cualidades, te hago el encargo de decir a aquella mujer que acompaña a Paulette que se digne a visitarme aquí mismo cuando termine el oficio- y sacando de un bolsillo de su falda un pañuelo se lo entregó a la monja- Vamos, ¿a qué esperas?
Con el pañuelo en la mano, como si de un objeto peligroso se tratara, sor Marciala realizó el cometido, sólo entonces la de Valbonne, se volvió para sonreír a Marjorie y después dar instrucciones a la niña.
La misa estaba a punto de acabar, y cuando las niñas fueron ordenadas en fila para salir del recinto sagrado, Marjorie vio a Paulette con la mirada asustada, al lado de aquella mujer voluptuosa y sintió un sacrílego deseo de abofetearla , pero la de Valbonne, sin dejar de sonreír se acercó con su paso lento y ufano hasta donde se encontraba la mujer de verde.
-No preguntaré como has conseguido este pañuelo
-Vuestro esposo tiene el gusto de enviármelos de cuando en cuando allá donde yo esté.
-Deduzco que siempre sabe donde estás, como el cerdo a la trufa, ¿acaso mantenéis correspondencia?
-La de dos viejos amigos. Íntima, personal, no para ojos que escudriñan su escritorio y así sepan donde me encuentro en cada momento.
-Mis deberes de esposa implican el conocimiento de sus viejas amistades.
-¿Sabes la importancia de esa niña?
-Sé que te importa a ti, y eso me importa a mí.
-Aléjate lo más que puedas de ella si no quieres que algo malo te ocurra.
-Como sabes, no tengo hijos. No permito interfieran en la adopción de los pupilos que yo considere y elija.
- Por lo que comentan en Londres uno de vuestros pupilos no ha llegado aún a la edad de los favores que le dedicáis.
-Precisamente le estoy buscando una esposa, alguien lo más opuesto a lo que representas tú, por ejemplo.
-No estarás pensando en Paulette
-No te diré lo que estoy pensando- y sacando un diminuto reloj labrado con enroscadas cadambas, la de Valbonne, miró la hora y cerró la cajita que lo contenía. Un atisbo de atención a un posible retrato en el interior , despertó la curiosidad de Marjorie.
-Ahora si no es inconveniente, he de retirarme, sino recuerdo mal nuestra siguiente cita será en casa de Elenita de Parangón en Londres, sé que estamos invitadas, prometo que será un encuentro de lo más ameno, y en él haré un anuncio oficial.¿Estarás preparada?
Lady Marjorie se puso en pie y cogió de ambos brazos a su enemiga:
-Recuerda que morir joven da más invitados pesarosos en un entierro.
-¿Por qué dices eso?- dijo la otra, sin atisbo de temor.
-Si mueres de vieja, esos invitados se reducirán a la mitad porque habrán fallecido antes que tú, y la otra mitad, ya conocerán de la manera que eres, y ni siquiera acudirán.
- Me importan poco las lágrimas y las flores. Pero prometo antes de morir, que iré al tuyo encantada, bebida y vestida de rojo.
Un olor a chamusquina comenzaba a colarse por debajo de la puerta. Ambas se miraron, cuando empezó a aparecer humo. Lady Marjorie soltó los brazos de la de Valbonne y corrió a abrir la puerta. Un paisaje de niebla recorría todo el claustro. Y arriba, en las celdas, se distinguía fuego. Se apresuró a buscar con la mirada a las primeras niñas y monjas que salían tosiendo y corriendo por el patio. No vio a Paulette, pero una sonrisa se le iluminó en el rostro, cuando en su apretado puño notó, que a cambio de que la de Valbonne no le devolviera su pañuelo, había conseguido arrebatarle el pequeño reloj.

capítulo 6

Dejaron Poitou Charentes con nubes y claros, atravesaron Vendée con llovizna , y para cuando traspasaron la frontera con Morbihan un diluvio se cernía sobre los carruajes.
La lluvia siempre les había provocado remembranza.

-Si al menos Madame Moustach estuviera aquí para ayudarnos- suspiró Cordelia mientras se agarraba a un estante tras un fuerte bache.
- Ya hemos demostrado que somos mayorcitas para muchas cosas. Nos debemos a lo que hemos conseguido, y a lo que conseguiremos por nosotras mismas.
- Ser mujer en esta época no tiene mérito por una misma, o recuerda que para llegar donde estás has pasado por camas de palacio, lechos de obispado, tálamos de capitanías, literas en hostales de mala muerte e incluso catres improvisados.
-Y para que ascendieras tú también, no lo olvides nunca.
-Madame Moustach cuidaba mi virgo como jamás cuido el suyo, pero haber sido doncella en aquel tiempo ¿de qué me sirvió?
-Conseguiste ser la mujer más famosa de Paris gracias a tu virtud y gracias a eso, casi reina.
-Sí, casi- suspiró Cordelia.
-Cada una tenía que dar un paso adelante a su manera, yo sólo soy la ramera más famosa de Inglaterra.
- Y la más temida.
-He de casarme con un patán adolescente de un país que ni siquiera conozco, para renacer y limpiar mi imagen, como antes tuve que hacer lo mismo con el conde, como antes con el teniente coronel,...
-Basta. Te tratas a ti misma como lo que no eres. No olvides que los medios nos van a llevar al fin que nos hemos propuesto.- y desperezando un brazo dió un golpe en el techo con un bastón para tal uso. El carruaje paró al instante y Cordelia abrió la portezuela para salir a impregnarse de la fogosa lluvia que casi le lastimaba la cara, estuvo así un momento contemplando el cielo y empapando sus vestidos, luego de ver que su criada salía presurosa del carruaje que iba detrás con un paraguas en la mano, se volvió hacia su compañera de viaje:
- Vuelvo a Paris. Allí será más fácil que consiga saber si la de Valbonne ha pisado cualquier casa y me lleve al rastro de Paulette.
Marie ya había desparramado sobre la cabeza de su señora el paraguas rosa que cubriera los bellos rizos de su protectora . A un gesto suyo, asió el paraguas y la mandó con la mirada que volviera al carruaje del que había venido. Marie agachó la cabeza y obedeció no sin antes mirar por el rabillo del ojo a la dama de verde que iba sentada en este carruaje.
-En cuanto cruce el Canal recibirás carta mía- la notificó Marjorie con la mirada fija en el paisaje que las rodeaba.- No sé porque temo que esta despedida es una de las más tristes que vamos a vivir, esas nubes no traen buenos presagios.
- ¿Fuiste tú? - le preguntó con los ojos acuosos Cordelia a su amiga
-Has tenido un largo viaje para preguntarme- espetó lady Marjorie
-¿Mandaste quemar el convento tú?- insistió su aparentemente frágil amiga.
-Esta lluvia sólo lo habría diezmado.
-¿Fuiste tú?- reintentó la bella Cordelia
Lady Marjorie cerró la portezuela y alzó el bastón de antes para que el cochero continuara, pero a través de los cristales miró a su amiga y negó con la cabeza.
Ahora , que sus caminos volvían a separarse durante un tiempo volvían a ser las mismas enemigas de siempre.

capítulo 5

La humedad de aquellos muros formaba caprichosas formas. El recuerdo
desordenado de Cordelia las databa y nombraba. Volver cada año a la
cita con Marjorie por ver un instante el mudado rostro de Paulette la
suponía lidiar duras batallas. Nunca miraba atrás, quizá más por
superstición que por miedo. Pero sí que había regresado a escenarios
ya estrenados. El convento era uno de ellos. Repitiendo a cada paso
escenas, diálogos y decorados que en otro tiempo casi la condujeron a
la muerte, las condujeron a la muerte. Marjorie entonces estaba a su
lado, como siempre. La persecución angustiante por aquel encapuchado
desconocido, que aún insistía en sus sueños, las dejó abrazadas al
badajo de La Colassette hasta que una de las monjas pudo liberarlas de
su escondite tras el terrible peligro del acechante asesino de Sor
Manolita de Sixdois, su amable profesora y amiga, pocos minutos antes
en el refectorio. Liberarlas de la falta de suelo y del intermitente
vacío, del oscilante paisaje que parecía querer acogerlas en cada
sacudida contra los bordes internos de la enorme campana, en cada
nube, en el humo, en las llamas… ¡Dios mío! Marjorie! Paulette!-
Repetía en mitad de un acceso de tos provocada por el asfixiante
ambiente, en tanto, desesperada, trataba de localizar una salida de la
tupida niebla. Sus ansiosas y suplicantes manos reconocieron la tabla
de su salvación, la rugosa superficie de los muros. Iba a apoyarse en
ella cuando recibió un terrible impacto en la espalda que la arrojó
sin piedad al suelo.



Mientras, refrescada por el ambiente húmedo de la mañana y sonriente
aún entre el trajín de monjas y niñas, La Baronesa de Valbonne buscaba
con avidez el objeto de su interés. Paulette ayudaba a una compañera a
la que milagrosamente sor Marciala acababa de dejar entre sus brazos
tras arrebatársela al dulzón insomnio de la venenosa combustión de
tantos siglos de Historia monacal.

-Paulette, preciosa mía. La reverenda madre te solicita
encarecidamente que me acompañes en el viaje que emprendo en este
instante.

-Pero, madame. Yo me debo a esta casa.

-Niña. Tú vas a empezar a deberte a ti misma desde el mismo momento en
que la abandones para seguirme. No perdamos tiempo, corderilla, el
mundo nos está nombrando.

-Pero, madame, qué vamos a hacer con Marguerita, replicó la niña
abrazándose a su compañera desvanecida.

-¡Dejar que siga durmiendo! ¡Vamos ya!

-¿Y mis pertenencias, madame?

-¿Así llamas a esos cuatro despojos con que te vistes?.¿ A la raída
cinta que enmarca tu cabello? ¡Tendrás ropas y joyas de reina! Pero,
sube. ¡Sube!

- Oui, madame.




¡Cordelia!¡Cordelia! ¿Estás bien? ¡A veces soy tan torpe, querida! ¡Lo
siento tanto! Nunca pensé que mis brazos albergaran tanta fuerza para
abrir esta puerta.

- Oh, Marjorie, salgamos de aquí, corremos peligro de dejar de
preocuparnos y dolernos si las llamas nos rodean.

- Sí, Cordelia, permite que te ayude a incorporarte. Busquemos también
a Paulette. No creo que las intenciones de la de Valbuene con
nuestra niña sean moderadamente buenas a juzgar por los últimos
escándalos de su marido con pequeños representantes del sexo débil.


Marjorie asió a Cordelia del brazo y la ayudó en su pesado caminar
hasta los huertos que rodeaban el convento.
-¡Miladys!- Exclamó apareciendo Sor Marciala-¡ la niña ha
desaparecido! Una de sus compañeras acaba de narrarme, atontada por el
humo, que subió al carruaje de la baronesa.

-¡Oh, Dios! ¡Hemos de seguirlas!

-No perdamos más tiempo sube en mi coche, es más ligero. Apuntó
resuelta Marjorie con una amargura no disimulada en el rostro. Que
Dios padre me perdone, pero antes de mi boda, juro que voy a
desgreñar a esa noble de pacotilla.
¡Sor Marciala, avise al cochero de esta dama para que nos siga, hemos
de emprender camino inmediatamente!
Por cierto, querida. ¿Te había comentado que estoy prometida?
-¡Claro que No!- Respondió Cordelia estupefacta.
-Pues sí. Ya ves. El mes que viene y en Rajaistarai. El pequeño
sultán va contraer matrimonio con una mujer que le dobla la edad, pero
ese es el deseo de su tío y tutor, que es el que cubre mis facturas
últimamente.
-Ya, respondió Cordelia que trataba de incorporarse del suelo, ya más
restablecida, aunque absolutamente despeinada y tiznada.

El ir y venir de las monjas, los campesinos que se habían ido
acercando por la persistente llamada de las campanas, los gritos de
las niñas, rota la monotonía y rutina del día, El caserón enorme
ardiendo en la cada vez más marcada lejanía. No había llegado el
mediodía y pareciera que habían vivido un año completo desde su
encuentro. El traqueteo de los caballos adormecía a una fatigada
Marjorie. Cordelia en tanto era incapaz de dejar de dar vueltas a una
sola idea. A pesar de los logros de su soledad, alejada habitualmente
de su más querida amiga, sentía que volvía a quedarse sola. La
inminente boda de Marjorie con el asiático sultán la alegraba en el
fondo. Pero siendo el tercer matrimonio de su hermana del alma,
lamentaba que no hubiera encontrado aún al hombre de su vida.
-¡Estupideces!- pronunció en voz baja, mientras Marjorie descansaba la
cabeza en su regazo.- Tampoco lo he encontrado yo a pesar de los
esfuerzos. No podemos perder de nuevo a la niña- musitó con voz queda.
Derrotada por el cansancio, Cordelia, se dejó envolver por el sueño.

Capítulo 3

-¡Oh, Marjorie!¡Marjorie! ¡Nunca debimos permitir que la niña quedara
aquí!- Exclamó una desconsolada Cordelia en tanto su amiga entre
precavida y maternal se apresuraba a abrazarla e intentar que los
sollozos no llamaran la atención entre los asistentes a los oficios
divinos.
-¡Contente, pequeña! Antaño no tuvimos armas, ni medio alguno para
evitar que ocurriera. Pero pronto Paulette compartirá vida con
cualquiera de nosotras. Te doy mi palabra. El desenlace de esta corona
de espinas ya está cerca. Seca ya esas lágrimas y contempla a nuestra
niña, de lo contrario luego te pesará haber perdido este tiempo
precioso.

En mitad del coro, iluminada por el resplandor iridiscente de los
rayos del sol filtrándose a través de las vidrieras, una esbelta
criatura se estremecía al contacto de una religiosa mano. Mientras,
disciplinada, inclinaba levemente su hermoso rostro sin perder de
vista el altar en tanto escuchaba la susurrada conversación de Sor
Marciala. Su larga cabellera lisa y rubia reflejaba en cada uno de sus
sutiles movimientos el amor que el astro rey le propiciaba en ese
instante.
-¡Es tan hermosa como su madre!-. Comentó Marjorie y le pareció por un
instante que los ojos de la niña se posaban momentáneamente en la
celosía que ocultaba su presencia. En tanto, ya repuesta, Cordelia
presenciaba con cierta curiosidad como una figura femenina avanzaba
segura y sigilosa por una de las naves laterales que conducían al
coro para detenerse a pocos pasos de las internas y, captada la
atención del grupo con un suspiro ciertamente exagerado, sonreía
abiertamente al destino de las miradas de las dos amigas.

-Marjorie. ¿No es esa Prudence du Valbuene? ¿qué está haciendo aquí?
¿Qué pretende de Paulette?

- Ciertamente se trata de la Baronesa, querida. La última vez que
departí con ella fue en Londres en uno de esos conciertos benéficos de
música ce cámara con que distrae y obtiene fondos para causas
benéficas de la nobleza inglesa. Ignoro que la ha podido conducir
hasta este lugar. Pero ó mucho me equivoco ó no es mujer que oculte
malas intenciones, ni que calle secretos. Seguramente la ternura que
inspira Paulette la haya podido sorprender en una visita casual a este
templo.
- Es posible. Pero toda precaución es poca tratándose de nuestra
pequeña. Hemos de conocer el motivo que hasta aquí la ha traído. Me
puede la impaciencia, ya me conoces. Hazte por favor la encontradiza,
querida, en tanto yo procuro refrescar la memoria de Sor Marciala con
unos dulces para saber de las inquietudes y necesidades de la niña y
de las posibles visitas que haya podido tener en estos últimos meses.
Recuerda cómo antaño sonrisas aparentemente sin mácula determinaron el
infierno que sigue atormentándonos.
-Eres tan elocuente, querida, que si no fuera por los años que te
conozco juraría que la estirpe de San Luís rey de Francia riega tu
sangre y la de tus antepasados.
- Marjorie, no seas insidiosa. Hace años tuvimos que arroparnos de
unas vestiduras que no nos eran propias con el único fin de escapar de
este lugar. Cada una creció en esas sabidurías diferentes y potenció
las artes que hoy nos distinguen en sociedad. Se me va la fuerza
labios afuera. ¡Anda, hermanita! ¡Apresúrate con tus indagaciones! A
mediodía te espero en nuestro lugar habitual. No sabes qué delicias ha
preparado mi cocinera para nuestro deleite!
- Aunque llegarás primero, espero que no te despiste cualquier mosca
en el camino que haga que sea caída la tarde cuando las pruebe.

Marjorie la Rochelle era experta en obtener con la menor de las
sutilidades informaciones que al más refinado espía se le escaparan.
Era tal el grado de desconcierto que con sus rotundas preguntas
generaba en sus interlocutores que sólo con franqueza podían responder
a tales cuestiones. En el pasado una tímida Cordelia se desasosegaba
por no ser capaz de preguntar abiertamente a aquellas personas con las
que no mediaba confianza sobre cualquier trivialidad en la que se
interesaba, pero para apaciguarla estaba Marjorie, fresca y directa.
Del mismo modo el carácter sosegado y el semblante bondadoso de
Cordelia determinaban que hasta en las peores reprimendas, las monjas
se compadecieran y hasta culpabilizaran de atormentarla con sus
palabras y castigos. Tal era el espíritu beatífico de Cordelia que en
aquellas situaciones parecía revestir también a la impetuosa Marjorie
que con los ojos bajos contribuía al perdón de las ofendidas.
Avanzando rápidamente por el claustro, Marjorie sonrió recordando
aquellos momentos. El reflejo esmeralda de su vestido dejaba un
rastro efímero e inquieto sobre las piedras.

Capítulo 2

-Siempre tan contradictoria. De niña, ya hacías acopio de la misma inexactitud entre palabras y actos.
Pero dejémonos de zarandajas. El tiempo apremia. Las hermanas estarán a punto de realizar sus labores y por tus cartas he sabido de tu estado de ánimo este último año.

-Sí, Marjorie, querida. Continúas igual de plausible cuando se trata de ir a la cuestión.

Cordelia se apresuró a sacar de su vestido una bolsa pequeña con remaches dorados que depositó encima de la mesa a la que se acercaron.

-Mi parte.

Marjorie ya había depositado allí un estuche brocado en plata. Ambas se miraron frente a frente, interrumpidas por el vaho que exhalaban. Aquel lugar traía recuerdos amargos, pero también muy gratos porque fue donde se conocieron hacía tantos años. La mayoría de las monjas que las había educado llevaban muertas mucho tiempo. El convento fue mermado por los servicios que muchas de ellas prestaron al ayudar durante la epidemia de cólera morbo en aquella parte de la región. Las que no fueron contagiadas y seguían allí, no sabían quienes eran estas dos mujeres. La Madre Superiora recibía una carta días antes que la notificaba la visita de dos damas, de las que desconocía el nombre. Contaba con dos siervas para la mayor discrección, la hermana portera y Sor Marciala, siempre presta, puesto que algún día quería elevar su rango, no a santa, sino a disponedora.
Cordelia dispuso de su mano enguantada para hacer sonar una campanilla depositada también en la mesa, momento en el que la liturgia de las horas pareció romperse porque enseguida asomó Sor Marciala, pendiente desde hacía rato del tilín que la hiciese cumplir sus ordenes de esa mañana: acudir a buscar a las damas, no saludarlas, recoger lo que ellas hubiesen depositado sobre la mesa y guiarlas hasta la iglesia por la parte de atrás.
-Si las señoras tienen a bien.
Atravesaron el claustro con fingida despreocupación y pasaron por una de las puertas que conducían directamente al coro.
Rezando, embelesadas y ajenas a todo lo mundano, una veintena de niñas miraba hacia el altar, preparándose para pasar un día más en el único lugar que habían visto en el mundo.
Cordelia y Marjorie ocuparon el lugar que les indicó sor Marciala, detrás de una reja.
-Esperen aquí.-
Y desde allí pudieron visionar el pobre paso de la monja dirijiéndose al grupo de bancos para tocar con una de sus escarchadas manos el hombro de una niña.
-No puede haber crecido tanto- susurró Marjorie
-Sí, es Paulette, sin duda- un surco de lágrimas se reprimía en los ojos de Cordelia.

Capítulo Uno


¡Mademoiselle! ¡Mademoiselle! ¡Despierte, ya hemos llegado! Y veo su
carroza escarlata detenida en la puerta. Mademoiselle ¡Ha de refrescar
un poco ese rostro antes del encuentro!
- Tengo en plenas facultades casi todos mis sentidos en ese preciso
momento, Marie, pero de todos ellos el oído, te aseguro, que es el
que menos me falla. Así que calla de una vez y acércame el espejo para
que compruebe los estragos del camino. Bien, apenas se aprecia la
fatiga más que en la pesadez de los párpados. ¿Trajiste hielo, espero?
- Mademoiselle, llevo ya dos años a su servicio. Sus necesidades más
pequeñas son también las mías. Sus gustos los hice propios desde el
primer día en que me acogió en la casa, cómo no iba a traer el hielo
de mademoiselle ¿ y hasta el frasco de etanol y una pizquita de
almizcle por si precisaba ponérselo en el cuello…
- Ay, Marie! Cesa ya en tu plática y acércame el hielo. Eso es. ¡Por
fin!. Habré de insistir un poco más en toda la cara para esperar el
bendito efecto tensor que se lleve de ella la falta de sueño. Ahora
acércame a menos de un palmo el alcohol a la nariz mientras aspiro.
…..parece que ya hemos conseguido despertar estos ojos.
- Mademoiselle precisa también polvos??
- ¿Nunca vas a aprender, muchacha? La mañana no está echa para los
afeites en tanto la piel siga siendo lozana. Y ahora, vamos. Ella debe
estar afilando las uñas una vez más con este pequeño retraso,
suficiente sin embargo para echarme en cara que la impuntualidad es
siempre española.!
- Si me hubiese hecho caso ¡ Porque no se vistió el traje blanco como
la aconsejé? Por qué se ha empeñado en venir tan de oscuro,
mademoiselle?. La señora llevará sus mejores galas, mademoiselle, su
mejor peinado, mademoiselle y no ese simple recogido.Y alguna joya que
hubiese destacado con esta primera luz…
- Ay, Mademoiselle, mademoiselle! Detén ya ese soniquete. Venimos a un
convento y no a la opera. Ayúdame a descender y quédate en el coche.
- ¡Cochero! No permita a mi acompañante que entre el recinto en ningún momento.
- Así se hará, señorita.
- Pero, mademoiselle, quizá precise mi ayuda. Quizá me necesite ¡
- Para lo que he de hacer me basto y sobro, Marie. Ni llores, ni
gimotees, ni ruegues. Tu curiosidad quedará satisfecha a nuestra
salida. Mira, allí está su ayuda de cámara. Imagino que con las mismas
ganas que tu de cruzar ese umbral.

Cordelia avanzó con paso rápido para alejarse cuanto antes del coche
y la conversación impertinente de su criada, y detenerse después fuera
de su mirada curiosa tras cruzar la puerta del convento de Sainte
Marie Magdelaine y respirar con un esbozo de sonrisa en los labios el
aire fresco de la mañana. Este, pensó, ha sido siempre el mejor
momento del día, el de su estreno, el del disfrute de su primer
aliento y su primer gozo, el testifical del comienzo de la esperanza
de lo que hayan de traernos sus horas.
Las campanas sonando a maitines interrumpieron su meditación y la
devolvieron al objeto de la temprana visita.
Tiempo habrá después para más cavilaciones, Cordelia, - se dijo-
Sabiendo que las mismas quedarían postergadas hasta la vivencia de
otro amanecer.

No me gustaría que me hicieran esperar más de lo debido y no pretendo
enfadarla tan temprano- se repitió en silencio.

Al tirar de la cuerda de campana del torno sintió el escalofrío de un
recuerdo agitándose en su espalda y volvió a tironear del cordel
hasta que la hermana portera la detuvo con su Ave María,
….sin pecado concebida. Perdone hermana la insistencia, como le habrán
hecho saber traemos cierta prisa.
Mademoiselle, la prisa, mata y en la quietud, en la calma están las
bases de la virtud. La esperan en el claustro, permita que abra la
puerta. Cordelia sintió que el escalofrío se hacía más intenso en
aquel silencio hondo que ni el aliento del aire al rozar los muros de
aquella antesala rompía. ¡Nunca más aquí!- Se dijo-. "Nunca más" la
oyó repetir la hermana portera tras el velo negro que aseguraba su
anonimato y su clausura de cabeza a pies.
Cordelia siguió sus pasos.
Marjorie la Rochelle aparentaba los treinta años de una mujer que ha
vivido cuarenta. Arropada en una estela de seda salvaje esmeralda
cubría el destemple matinal reforzado por la humedad de la sala en la
que esperaba a Cordelia. Cubría con guantes del mismo color el tacto
directo de sus dedos con la superficie de cualquiera de los escasos
muebles que ocupaban la sala y en el rictus de sus labios se apreciaba
un matiz de desprecio por el sitio y su decoración que hubiese
descorazonado a cuanta persona hubiera podido acompañarla o justificar
el pésimo gusto de los mismos en los rigores religiosos de la orden
que amparaban estos muros. Cuando Cordelia entró, Marjorie de espaldas
forzó una primera sonrisa sin volverse:
-No hace falta que te justifiques, querida. Siempre es propio de las
de tu país el retraso hasta para llegar a las mismas puertas de la
muerte.
-es posible, Marjorie, pero tampoco tenía intención de dar
oportunidad a tu boca a rebatir cualquier disculpa. Deja que te vea de
cerca, desde mi palco de la ópera apenas advierto que por ambas comienza
a pasar el tiempo con mayor velocidad de la deseada, y deja también
que te abrace una vez más como cada año y te agradezca tu compañía aún
en la distancia.

-Llegue ese abrazo, amiga, y que nadie sepa que las dos personas que
mayor odio se profesan en público están en realidad más unidas que dos
hermanas.
- Hoy deseé dejar de fumar.

-Pero si estás fumando.
-Era un deseo, no una intención