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ladymarjorie

Capítulo 3

-¡Oh, Marjorie!¡Marjorie! ¡Nunca debimos permitir que la niña quedara
aquí!- Exclamó una desconsolada Cordelia en tanto su amiga entre
precavida y maternal se apresuraba a abrazarla e intentar que los
sollozos no llamaran la atención entre los asistentes a los oficios
divinos.
-¡Contente, pequeña! Antaño no tuvimos armas, ni medio alguno para
evitar que ocurriera. Pero pronto Paulette compartirá vida con
cualquiera de nosotras. Te doy mi palabra. El desenlace de esta corona
de espinas ya está cerca. Seca ya esas lágrimas y contempla a nuestra
niña, de lo contrario luego te pesará haber perdido este tiempo
precioso.

En mitad del coro, iluminada por el resplandor iridiscente de los
rayos del sol filtrándose a través de las vidrieras, una esbelta
criatura se estremecía al contacto de una religiosa mano. Mientras,
disciplinada, inclinaba levemente su hermoso rostro sin perder de
vista el altar en tanto escuchaba la susurrada conversación de Sor
Marciala. Su larga cabellera lisa y rubia reflejaba en cada uno de sus
sutiles movimientos el amor que el astro rey le propiciaba en ese
instante.
-¡Es tan hermosa como su madre!-. Comentó Marjorie y le pareció por un
instante que los ojos de la niña se posaban momentáneamente en la
celosía que ocultaba su presencia. En tanto, ya repuesta, Cordelia
presenciaba con cierta curiosidad como una figura femenina avanzaba
segura y sigilosa por una de las naves laterales que conducían al
coro para detenerse a pocos pasos de las internas y, captada la
atención del grupo con un suspiro ciertamente exagerado, sonreía
abiertamente al destino de las miradas de las dos amigas.

-Marjorie. ¿No es esa Prudence du Valbuene? ¿qué está haciendo aquí?
¿Qué pretende de Paulette?

- Ciertamente se trata de la Baronesa, querida. La última vez que
departí con ella fue en Londres en uno de esos conciertos benéficos de
música ce cámara con que distrae y obtiene fondos para causas
benéficas de la nobleza inglesa. Ignoro que la ha podido conducir
hasta este lugar. Pero ó mucho me equivoco ó no es mujer que oculte
malas intenciones, ni que calle secretos. Seguramente la ternura que
inspira Paulette la haya podido sorprender en una visita casual a este
templo.
- Es posible. Pero toda precaución es poca tratándose de nuestra
pequeña. Hemos de conocer el motivo que hasta aquí la ha traído. Me
puede la impaciencia, ya me conoces. Hazte por favor la encontradiza,
querida, en tanto yo procuro refrescar la memoria de Sor Marciala con
unos dulces para saber de las inquietudes y necesidades de la niña y
de las posibles visitas que haya podido tener en estos últimos meses.
Recuerda cómo antaño sonrisas aparentemente sin mácula determinaron el
infierno que sigue atormentándonos.
-Eres tan elocuente, querida, que si no fuera por los años que te
conozco juraría que la estirpe de San Luís rey de Francia riega tu
sangre y la de tus antepasados.
- Marjorie, no seas insidiosa. Hace años tuvimos que arroparnos de
unas vestiduras que no nos eran propias con el único fin de escapar de
este lugar. Cada una creció en esas sabidurías diferentes y potenció
las artes que hoy nos distinguen en sociedad. Se me va la fuerza
labios afuera. ¡Anda, hermanita! ¡Apresúrate con tus indagaciones! A
mediodía te espero en nuestro lugar habitual. No sabes qué delicias ha
preparado mi cocinera para nuestro deleite!
- Aunque llegarás primero, espero que no te despiste cualquier mosca
en el camino que haga que sea caída la tarde cuando las pruebe.

Marjorie la Rochelle era experta en obtener con la menor de las
sutilidades informaciones que al más refinado espía se le escaparan.
Era tal el grado de desconcierto que con sus rotundas preguntas
generaba en sus interlocutores que sólo con franqueza podían responder
a tales cuestiones. En el pasado una tímida Cordelia se desasosegaba
por no ser capaz de preguntar abiertamente a aquellas personas con las
que no mediaba confianza sobre cualquier trivialidad en la que se
interesaba, pero para apaciguarla estaba Marjorie, fresca y directa.
Del mismo modo el carácter sosegado y el semblante bondadoso de
Cordelia determinaban que hasta en las peores reprimendas, las monjas
se compadecieran y hasta culpabilizaran de atormentarla con sus
palabras y castigos. Tal era el espíritu beatífico de Cordelia que en
aquellas situaciones parecía revestir también a la impetuosa Marjorie
que con los ojos bajos contribuía al perdón de las ofendidas.
Avanzando rápidamente por el claustro, Marjorie sonrió recordando
aquellos momentos. El reflejo esmeralda de su vestido dejaba un
rastro efímero e inquieto sobre las piedras.

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