Luis Muiño en El hábitat del unicornio
Niels Horrebow se dedicó hace unos doscientos cincuenta años a una de esas labores tediosas por las que nadie pasa a la posteridad. El buen hombre, con precisión de naturalista (que es lo que era), compiló un exhaustivo inventario de todos los recursos de Islandia. Enumeró las especies que componían su flora, los ríos y montañas que daban forma a su topografía y los animales de todo tipo que la habitaban.
Evidentemente, este prolijo señor no hubiera pasado a la historia por esa necesaria pero aburrida labor. Lo que ha hecho que de vez en cuando se hable de Horrebow es un capítulo de su libro: el que dedicó enteramente a los ofidios de Islandia. El título era poco original: “Acerca de las serpientes”. Lo que lo convierte en curioso es su contenido. Es capítulo está compuesto por una sola frase: “No hay ningún tipo de serpientes en toda la isla”.
Horrebow se hizo más o menos famoso por dedicar un capítulo de su libro a hablar de lo que no hay. Desde entonces, el dichoso “No hay ningún tipo de serpientes en toda la isla” se ha citado como frase hecha para referirse a los conjuntos vacíos, es decir, a las cosas de las que no se suele hablar porque, aunque pudieran existir, no están.
Si uno se para a pensar en la minuciosidad de Horrebow, al principio resulta absurda por infinita… ¿por qué, por ejemplo, no hizo otro capítulo titulado “Acerca de los rinocerontes” para luego decir “No hay ningún tipo de rinocerontes en toda la isla”? ¿U otro acerca de los dinosaurios, o de los elefantes color turquesa?
Pero, en realidad, la respuesta está clara y es muy importante recordarla hoy en día. Seguramente gastó un capítulo en aclarar que no había serpientes porque había personas que pensaban lo contrario. Y él sabía que consignar lo que no existe es tan importante como precisar lo que existe.
El mundo actual posee un don que también puede convertirse en maldición: tenemos muchos datos a nuestro alcance y podemos usarlos para asustarnos. Nunca hasta ahora el ser humano ha tenido acceso a tanta información con tanta facilidad. Y, a veces, esa abundancia de datos nos puede hacer caer en una especie de hipocondría general.
Si nuestro hijo es inquieto, buscamos en Internet hasta encontrar la descripción del Trastorno por Déficit de Atención y, rápidamente, acabamos por creer que eso es lo que le sucede a nuestro retoño. Si estamos un poco tristones un determinado día de invierno, echaremos una ojeada a ciertos libros hasta acabar dando con el Trastorno Afectivo Estacional: inmediatamente, nos lo aplicamos a nosotros mismos. Si pasamos bastante tiempo en Internet, acabaremos inevitablemente dudando si no seremos adictos al invento este.
Vivimos en un mundo de caos informativo. Nos llueven datos por todas partes: los libros, Internet y los medios de comunicación se han convertido en proveedores de ideas-basura. Al igual que los restaurantes de ese tipo de comida, nos sirven los conceptos de forma rápida sin orden ni concierto. Nosotros los digerimos y acabamos con obesidad de datos pero carentes de la fuerza de una teoría unificadora.
Después, vienen los Traficantes de Miedo a contarnos que existen serpientes por todas partes. Y es muy difícil que nos quedemos tranquilos cuando los afectados somos nosotros. Si alguien te dice que hay una serpiente en tu habitación, por más inverosímil que te resulte su presencia es raro que no mires por los rincones, aunque sea de reojo.
Nos hacen más falta que nunca las personas metódicas como Horrebow. De esos que nos tranquilizan en vez de asustarnos. De esos que nos dicen que, a lo mejor, las cosas no van tan mal y que no hay ningún tipo de serpientes en esta isla.
Evidentemente, este prolijo señor no hubiera pasado a la historia por esa necesaria pero aburrida labor. Lo que ha hecho que de vez en cuando se hable de Horrebow es un capítulo de su libro: el que dedicó enteramente a los ofidios de Islandia. El título era poco original: “Acerca de las serpientes”. Lo que lo convierte en curioso es su contenido. Es capítulo está compuesto por una sola frase: “No hay ningún tipo de serpientes en toda la isla”.
Horrebow se hizo más o menos famoso por dedicar un capítulo de su libro a hablar de lo que no hay. Desde entonces, el dichoso “No hay ningún tipo de serpientes en toda la isla” se ha citado como frase hecha para referirse a los conjuntos vacíos, es decir, a las cosas de las que no se suele hablar porque, aunque pudieran existir, no están.
Si uno se para a pensar en la minuciosidad de Horrebow, al principio resulta absurda por infinita… ¿por qué, por ejemplo, no hizo otro capítulo titulado “Acerca de los rinocerontes” para luego decir “No hay ningún tipo de rinocerontes en toda la isla”? ¿U otro acerca de los dinosaurios, o de los elefantes color turquesa?
Pero, en realidad, la respuesta está clara y es muy importante recordarla hoy en día. Seguramente gastó un capítulo en aclarar que no había serpientes porque había personas que pensaban lo contrario. Y él sabía que consignar lo que no existe es tan importante como precisar lo que existe.
El mundo actual posee un don que también puede convertirse en maldición: tenemos muchos datos a nuestro alcance y podemos usarlos para asustarnos. Nunca hasta ahora el ser humano ha tenido acceso a tanta información con tanta facilidad. Y, a veces, esa abundancia de datos nos puede hacer caer en una especie de hipocondría general.
Si nuestro hijo es inquieto, buscamos en Internet hasta encontrar la descripción del Trastorno por Déficit de Atención y, rápidamente, acabamos por creer que eso es lo que le sucede a nuestro retoño. Si estamos un poco tristones un determinado día de invierno, echaremos una ojeada a ciertos libros hasta acabar dando con el Trastorno Afectivo Estacional: inmediatamente, nos lo aplicamos a nosotros mismos. Si pasamos bastante tiempo en Internet, acabaremos inevitablemente dudando si no seremos adictos al invento este.
Vivimos en un mundo de caos informativo. Nos llueven datos por todas partes: los libros, Internet y los medios de comunicación se han convertido en proveedores de ideas-basura. Al igual que los restaurantes de ese tipo de comida, nos sirven los conceptos de forma rápida sin orden ni concierto. Nosotros los digerimos y acabamos con obesidad de datos pero carentes de la fuerza de una teoría unificadora.
Después, vienen los Traficantes de Miedo a contarnos que existen serpientes por todas partes. Y es muy difícil que nos quedemos tranquilos cuando los afectados somos nosotros. Si alguien te dice que hay una serpiente en tu habitación, por más inverosímil que te resulte su presencia es raro que no mires por los rincones, aunque sea de reojo.
Nos hacen más falta que nunca las personas metódicas como Horrebow. De esos que nos tranquilizan en vez de asustarnos. De esos que nos dicen que, a lo mejor, las cosas no van tan mal y que no hay ningún tipo de serpientes en esta isla.
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