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Peleas entre escritores

Las polémicas entre escritores están a la orden del día. Algunos libros, como la segunda parte del Quijote, no habrían sido posibles tal como los conocemos si no hubiera por medio alguna rivalidad, alguna tensión más o menos violenta entre escritores. Avellaneda –sea Jerónimo de Pasamonte, fray Baltasar de Navarrete, Tirso de Molina…- odiaba a Cervantes, se apropió de sus personajes y de sus planes, y redactó el libro apócrifo. Avellaneda llamó a Cervantes, entre otras lindezas de un prólogo que llegó a ser atribuido al propio Lope, “agresor de sus lectores”, “manco”, “viejo” y “murmurador”. Ya la primera parte también le debe algo a las burlas de Lope de Vega hacia Cervantes, que lo llamó en un soneto de 1605 “cornudo”. Su actitud fue determinante para que Cervantes escribiese uno de los mejores prólogos que se conocen a un libro propio, aunque los expertos dicen que su enemistad jamás alcanzó el rabioso encono que existía entre Góngora y Quevedo, que se imitaban espléndidamente en versos salpicados de agudeza, brillantez y mala leche. Quevedo, por citar un ejemplo posible, escribió la sátira “Receta para hacer Soledades en un día”, donde se burlaba de los cultismos utilizados por Góngora: “Quien quisiere ser culto en sólo un día // la jeri (aprenderá) gonza siguiente: // fulgores, arrogar, joven, presiente, // candor, construye, métrica, armonía”.
En Zaragoza, a principios del siglo XX, se produjo un duelo auténtico entre dos escritores y periodistas: Juan Pedro Barcelona (1851-1906), fundador de periódicos satíricos como “La colada” o “Juan Palomo” y redactor del “Diario de Avisos”, falleció el 21 de octubre de 1906 a consecuencia de las heridas de bala que le produjo Benigno Varela en el soto de la Almozara el día ocho. El duelo iba a ser con armas blanca, pero como Barcelona desconocía su empleo, emplearon la pistola. Se dijo que Varela se había anticipado a la voz “fuego” y fue encerrado trece meses en prisión. Ambos estaban en posiciones ideológicas muy diferentes. A consecuencia de aquella muerte, nació en Zaragoza la Asociación Antiduelista de Periodistas.
Manuel Bueno y Ramón María del Valle-Inclán años atrás no habían llegado al duelo, pero en 1899 el novelista le propinó un bastonazo al escritor gallego que le provocó la amputación del brazo izquierdo. No llegó a tanto la disputa entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez pero fue realmente espectacular. Esto ocurrió en México en 1976, y así lo contó el diario “Visión” de Lima: “Terminada la proyección, el autor de Cien años de soledad se acercó al peruano con la aparente intención de abrazarlo. Para su sorpresa (y la de todos) fue recibido con un tremendo golpe de puño que lo derribó con la cara totalmente bañada en sangre. ¿Qué había ocurrido? Las palabras con que Vargas Llosa rubricó su puñetazo, no contribuyeron a aclarar las cosas: "¿Cómo te atreves a querer abrazarme -dijo- después de lo que hiciste a Patricia en Barcelona?". Patricia es la esposa de Vargas Llosa pero... ¿qué podría haberle hecho García Márquez para provocar reacción tan violenta?
La respuesta, al parecer, la tenía el cronista Juan Gossain, del diario El Heraldo, de Barranquilla, Colombia. Según el mencionado periodista, todo comenzó cuando Vargas Llosa, apasionado por una bella modelo norteamericana, abandonó a su esposa e hijos durante varios meses. Frente a esta situación, García Márquez le aconsejó a la esposa de su colega que tratara de legalizar la separación conyugal en vista, más que nada, de la situación de sus hijos. Comenzaron los trámites... y sobrevino la reconciliación. Y sucedió lo que tenía que suceder: charla va, charla viene, la señora de Vargas Llosa le contó a su marido lo que le había aconsejado García Márquez. Esta información puede buscarse en internet: es como un jugoso material rosa de la literatura.
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Ese clima, menos bélico pero igualmente intenso, se ha reproducido en algunas disputas recientes, que no siempre han tenido altura intelectual. Frente al gran debate entre Javier Marías y Antonio Muñoz Molina, éste cuestionó la violencia y la crueldad de “Pulp Fiction”, hemos asistido a otros donde se mezcló la divergencia con la sátira y el humor y la pura antipatía. Javier Marías se ha burlado en varias ocasiones de Andrés Trapiello, la última vez a propósito de la reescritura del Quijote por parte del leonés; Trapiello, más o menos explícitamente, también ha sido duro con autores que bien podrían parecerse a Julio Llamazares o Pere Gimferrer, entre otros muchos, aunque por lo general elimina los nombres. Javier Cercas, tras el éxito de “Soldados de Salamina”, hubo de vérselas con Félix de Azúa, Arcadi Espada o Gregorio Morán, que negó en “La Vanguardia” que la fuga de Sánchez Mazas fuese cierta. Savater ha tenido intensas divergencias con Eduardo Haro Tecglen y con Bernardo Atxaga recientemente. Cela menospreciaba a los narradores jóvenes y también a los homosexuales, y eso le valió severas críticas de Julio Llamazares y de Terenci Moix y Antonio Gala, entre otros. Cela fue uno de los autores más odiados de las letras españolas: hace ya algunos años, el librero Inocencio Ruiz enseñaba a quien se lo pidiese un documento donde Cela se ofrecía como delator; luego, hinchado de vanidad, dijo que “El Cervantes estaba lleno de mierda”, lo cual no le hizo renunciar al galardón.
El escritor más guerrillero de los últimos tiempos ha sido Umbral. Criticó ferozmente a José Luis Sampedro, cuando le ganó el sillón de la Academia, a Francisco Ayala, “nunca he entendido el prestigio literario de este autor”, dijo, y no ha perdido oportunidad de meterse con quien se le antoja; uno de los escritores que más le detesta es Juan Marsé, que dice que escribe “una prosa sonajero”. Una referencia al estilo de Pérez-Reverte le ocasionó una iracunda respuesta de éste hace cinco años, y hace bien, al presentar la novela “Pasiones romanas” de Maria de la Pau Janer, también aludió al estilo de Pérez-Reverte. Éste ha vuelto a contestarle como más le gusta: criticando su obra de principio a final, recuerda la frase de Giménez Arnau de “[Umbral] Padece cáncer del alma”, aludiendo al “sexo turbio que impregna sus novelas”. Y dice: “A todo eso añade una proverbial cobardía física, que siempre le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene huevos. A ver si esta vez no tarda otros cinco años”. Esta vez, Umbral no ha dicho nada. Pérez-Reverte tiende a utilizar este tono de gresca callejera: lo había hecho en varias ocasiones, incluso con su antaño compañero de página durante un tiempo Javier Marías. La sangre no llegó al río, y hoy Pérez-Reverte, que está a punto de publicar “El pintor de batallas”, forma parte de la selecta corte de Reino de Redonda.
Días atrás, José Manuel Caballero Bonald dijo que la novela de César Vidal era “ideológicamente detestable”, éste le agradeció “el favor”. Pero César Vidal –que ha recibido numerosos dardos desde diversos frentes- también es un maestro de la crítica o del insulto. Dijo en HERALDO acerca de Ian Gibson, cuando presentó la novela con la que ganó el Premio Torrevieja de novela: “Gibson no ha sido nunca un historiador, no se puede hacer historia sólo con entrevistas personales y material de hemeroteca. La última vez que coincidí con él mendigaba subvenciones por los pasillos para poder acabar una biografía de Machado en la que debe estar trabajando”.




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