Baldomera Larra
El martes 24 de marzo se celebraron dos siglos del nacimiento de Mariano José de Larra. La herencia de Fígaro, su más popular seudónimo, no se limita a sus escritos o a su pensamiento progresista. Su hija, Baldomera Larra Wetoret, también tuvo fama, quizás más que su padre, debido a una rocambolesca y piramidal historia de ingeniería financiera.
Pase que de manera cíclica surjan teorías que apuntan a que América no fue descubierta por los españoles, que Don Juan no tiene su origen en la literatura de Tirso de Molina y Juan de la Cueva y, lo que es más sangrante, que Cervantes no era español. Pero lo que no es de recibo, es que pretendan robarle el mérito a Doña Baldomera de ser la auténtica inventora del timo piramidal, lo que la convierte en la primera estafadora moderna de la historia. Y no es poco teniendo en cuenta que era mujer y su negocio funcionó en la década de los setenta, pero del siglo XIX.
El reconocido escritor Juan Eduardo Zúñiga, uno de los mayores conocedores de la vida y obra de Fígaro, estuvo preparando durante años una biografía sobre él que no pudo abordar solo. De aquella inmersión nació Flores de plomo (editorial Alfaguara), que la crítica ensalzó sin ambages y que gira en torno a situaciones y personajes que rodearon a Larra los días anteriores a su suicidio. Zúñiga también está al tanto de las andanzas de la hija de su investigado. La trata como de la familia, apeándole el doña y dejándola en un simple Baldomera. "La vida de ella y sus hermanos es muy tangencial, apenas convivieron con el padre, y no hay ningún estudio en profundidad sobre ella, quizás porque no lo requiere. Su madre, que era un poco simple y se decía que no tenía muchas luces, al enviudar recurrió a la propia reina para solicitar ayuda", dice de Josefa Wetoret, que pudo meter a su hijo en las escuelas pías y dejó a las dos chicas con ella. "Hicieron buenas bodas ya que eran atractivas y elegantes", cuenta Zúñiga.
Doña Baldomera casose con Carlos de Montemayor, médico de la Casa Real. Y su hermana Adela, que también hizo buena boda, tuvo más de un porqué con el mismísimo rey Amadeo de Saboya. Cuando el marido de Baldomera, afrancesado él, se quedó desplazado cuando el rey salió por patas en 1873 y llegó Alfonso XII, terminó yéndose a por tabaco a Cuba y dejó a Baldomera e hijos en situación harto precaria. Ella tuvo que acudir a prestamistas a los que pagaba un interés muy grande. Todo hace suponer que fue ahí cuando le vino la idea e inició sus operaciones prometiendo al que le dejaba una onza de oro que en un mes la devolvería duplicada.
Cumplió y se corrió la voz por Madrid. Cada vez atraía a más clientes y terminó fundando La caja de imposiciones, frente a la cual se formaban largas colas, primero en la calle de la Greda (hoy Los Madrazo), después en la plaza de la Cebada; y cuando el negocio fue boyante, en la plaza de la Paja (donde estuvo el teatro España). Operaba a la vista de todos pagando un 30% mensual, con el dinero que le daban los nuevos impositores. Se dijo que llegó a recaudar 22 millones de reales y Zúñiga cifra los afectados en 5.000. Su fama trascendió fronteras como lo demuestran periódicos de entonces como Le Figaro de Paris y L’Independance Belge de Bruselas.
Su método es el origen de los esquemas de Ponzi (1920), quien tras salir de la cárcel se convirtió en asesor financiero de Mussolini y al que muchos le atribuyen, doblemente equivocados, ser el primero en este tipo de estafas piramidales cuando la pionera es mujer y española, y en cualquier caso William Miller ya hizo una estafa piramidal en 1899. Se conocen otros casos como Gescartera (2001), Patrick Bennett (1996), Haligiannis (2005), Sofico (1974), Fidecaya (1982), Banesto (1993) o el reciente entramado de Madoff, entre otros.
Pero hay que dejar claro que la primera fue Doña Baldomera, a la que sus muchos agradecidos llamaron la madre de los pobres, aunque su apodo más popular era La Patillas por dos extraños tirabuzones que lucía pegados a las orejas. Cuentan que cuando se le preguntaba en qué consistía su negocio ella se limitaba a contestar: "Es tan simple como el huevo de Colón". Si le preguntaba cuál era la garantía de la Caja de imposiciones en caso de quiebra, contestaba impertérrita: "¿Garantía?, una sola: el viaducto", que precisamente desde entonces es elegido por suicidas para llevar a cabo su último acto.
La quiebra sobrevino en diciembre de 1876 cuando ella desapareció, con todo el dinero que pudo. Valle-Inclán en uno de sus últimos capítulos de El ruedo ibérico la sitúa huyendo en un barco, rumbo a Inglaterra, en el que también viajaba la gran leyenda de la anarquía: Mijail Bakunin.
A partir de ahí alcanzó su momento de gloria. Dos años después se tuvo noticias de que vivía bajo falsa identidad en Auteuil (Francia). El juez encargado del caso solicitó su detención y extradición, cosa que se hizo. Se celebró un juicio y esgrimió en su defensa que se fue porque terminó con menos ingresos que pagos por culpa de la guerra que le hizo la prensa.
La sentencia se publicó en la portada de El Imparcial y de La Época el 26 de mayo de 1879. Y como las mujeres malas siempre van a la cárcel se la condenó, a sus 42 años, a seis años de prisión. A su colaborador se le absolvió. A ella poco después, parece ser que gracias a una campaña de apoyo en la que firmaron desde gente sencilla hasta grandes aristócratas. Muestra de su popularidad son las canciones El gran camelo y Doña Baldomera.
Lo que pasó realmente tras su salida de la cárcel se pierde entre muchas versiones. Que vivió con su hermano Luis Mariano; que se fue a Cuba con su marido y cuando éste murió regresó a casa de su hermano transformada en "la tía Antonia"; que se fue a Buenos Aires donde murió a comienzos del siglo XX. Según Zúñiga, el hijo mayor de Larra, Luis, libretista de zarzuela, no quería que le relacionaran con el padre ni con las dos hermanas: "Debía tener miedo por el suicidio del padre, el devaneo de la hermana mayor con Amadeo y las estafas de Baldomera", comenta el autor de Largo noviembre de Madrid.
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