Capítulo 7
Las calles de París nunca fueron desconocidas para Cordelia
acostumbrada a recorrerlas acompañada por una pequeña escolta secreta
en otros tiempos, una soledad de naúfraga en estos. Las casas, los
restaurantes de moda, los orfanatos y hospitales, hasta los barrios
deprimidos que rodeaban la ciudad tampoco. A una llamada suya, puertas
inexpugnables se abrían, pero tras dos semanas de empeño infatigable
en gestos, se imponía el desánimo y la falta de esperanza al no tener
pista alguna sobre el paradero de Paulette y su secuestradora la
baronesa de Valbonne. En la semioscuridad de su habitación determinó
adoptar la medida de excepción, el último recurso. Impetuosa,
librándose de la misma sensanción que la ataba a no mover un solo
dedo, llamó a la criada.
-¡Marie! ¡Marie! Rápido, no te demores, avisa a la peinadora y
prepárame el vestido azul tinta.
-Va salir, mademoiselle? ¿dónde si me permite la pregunta?
- Por supuesto que no te la permito! Respondió ofendida ante la
curiosidad de la doncella.¡Sigue mis indicaciones con presteza!
- Oui, mademoiselle! Suspiro la doncella escondiendo en sus palabras
el orgullo herido.
Visitar palacio no la suponía más esfuerzo que acudir a la ópera o a
una reunión de damas de la aristocracia con algún fin benéfico, pero
sí pereza. Medir las palabras, sopesar los dobles sentidos de las
conversaciones, sonreír cuando se quisiera gritar eran ambientes en
los que Cordelia sabía valerse, aunque la fatiga era superior en
ocasiones al haber podido sobrevivir al más seguro de los naufragios
en mitad de una fiesta de la corte. Luego estaba el reencuentro con
él. Aunque jamás se había podido ir del todo. Nunca hubo puntos
finales, todo lo más suspensivos entre la declaración del amor más
puro e intenso y la decisión de un matrimonio de conveniencia que la
distanció de ella, que no del conocimiento de su soledad y su dolor
del que quienes le rodeaban, le predicaban de modo constante su hondo
sufrimiento de princesa repudiada. Porque Cordelia, pese a sus
títulos, no disponía de orígenes tan claros por causa de su condición
de extranjera y último eslabón de una casa real viva sólo en su propia
sangre, como los de la actual esposa principesca.
El, odiado, soñado en intimidades que ya no regresarían , deseado,
llorado de rabia, objeto de comprensión hasta en esta separación por
íntimas certezas transmitidas en los fluidos vitales de su casta de
reyes. El, más maduro, más reservado en sus miradas furtivas, más
sereno en sus ademanes al recibirla y honrarla con sus respetos y su
seguramente primer esbozo de sonrisa del día a horas tan próximas a la
cena que en esta nueva oportunidad de intimidad, tras meses de
alejamiento, con que ahora acompañaba su visita e impedía una
conversación demasiado concreta que determinara su partida.
No todos los días el podía alegrarse de manera tan íntima con aquel
rostro de profundas alegrías, de fuentes primordiales de alborotos
interiores que emanaban desde la primera vez que se encontraron,
ajenos a sus títulos, en un paseo por un París excesivamente diminuto
para el germen gigantesco de un sentimiento que comenzaba a
desarrollarse como la habichuela del cuento.
Ella, coronada ahora de pequeñas violetas. Refulgente como noche de
luna, con el escote adornado de pequeñas lágrimas de topacio, sencilla
en su majestad. Ella, acostumbrada a callar ante los demás su nombre,
trataba de ocultárselo también y que no se le precipitara labios
afuera y denotara el interés y la fuerza que le permitirían no dudar
de que cuanto se sintió, permaneciera más allá del original poso del
buen recuerdo.
-Cordelia. Me alegra verte profundamente- Dijo sonriendo.
-¡Alteza!- pronunció ella sonrojada mientras iniciaba una reverencia
que ocultaba su renovada turbación.
-Algo has de necesitar imperiosamente para venir a visitarme.
-Luís, Luís! .-Expresó tratando de reprenderle y frenarle, temiendo
acelerar el curso de un tiempo al que ansiaba anclarse.- La niña ha
desaparecido.. Soltó sin pensarlo dos veces- Llevo dos semanas
revolviendo París entero sin fruto alguno..-
Quiso ser fuerte y no pudo, notaba como su inquietud atenazaba su
garganta hasta dejarla sin palabras, hasta expulsar lágrimas que más
tarde la avergonzarían al reflexionar sobre el momento que estaba
viviendo. El príncipe la abrazó con a misma ternura de antaño y la
besó los cabellos mientras la acariciaba. Ellos lo sabían. Nuevamente
los cauces de la antigua torrentera volvían a llenarse.
-¡Mademoiselle! ¡Mademoiselle!
Sólo dos gritos pudieron arrancar del sopor y las ensoñaciones a una
poco madrugadora Cordelia.
-¡Ella!¡Ella la ha escrito desde Londres!¡La muy desvergonzaaada!
- Pero quién?
- ¡Quien va a ser, mademoiselle! ¡Lady Marjorie!
- Dame esa carta y sal por favor-exclamó secamente la señorita,
esbozando un una sonrisa para no herir más la ya maltrecha curiosidad
de su criada
Londres, a 23 de abril
Querida Cordelia.
Llegan a estos oídos, atestados de tintineantes sonidos por el
entrechocar de los brindis en mi saloncito japonés, rumores de que has
regresado a palacio para solicitar un favor a tu AMIGO. Conociéndote,
mi querida y despistada torporrona, sé que la fatiga de aquel día y la
desaparición de nuestra niña en aquel escenario de fuegos y baronesas
perversas te harían olvidar el destino de aquella en esta la ciudad
que habito. ¿Sorprendida por mis atinadas informaciones? Mis manos
llegan donde no pueden llegar mis ojos, ya me conoces.
Sin dejar de insistir en tus olvidos y preocupaciones, quiero
preguntarte en persona si al menos ese amigo tuyo, conquistó
nuevamente el fruto de su pasión o volviste a hacerte la inocente
remilgada que no acaba de disfrutar de sus principescas atenciones.
Como siempre te repito, querida:
-Cuando hay berros, hay que comerlos y no debatirse en disquisiciones
románticas.
En fin, me gustaría que vinieses a Londres a ayudarme en los
preparativos de mi boda. Tranquila, nuestra imagen de enemigas queda
salvaguardada, por la campaña que a favor de mi, está haciendo el
propio Arzobispo de Canterbury, empeñado en presentarme como la
primera patriota de este país. ¿sorprendida? En breve recibirás, aquí
va el gran truco, el apoteosis de mi actual gloria, un billete en el
que el referido te solicitará me acompañes en estos menesteres por
causa de tu probada educación y piedad, hasta aquí llega tu fama,
Cordelia, querida.
Lo pasaremos bien, ya verás. No seas perezosona, ni creas que tu
amante permanecerá en París para conseguir un nuevo rato a tu lado. Su
señora usurpadora y él, están cruzando el canal en estos momentos en
los que me lees admirada. Además, sabes que tienes mejor gusto que yo
para elegir un modelito de boda. No quiero ni contarte como manejas
flores, joyas y complementos: Ya sabes que soy muy ecléctica de gustos
y no quiero cometer demasiadas torpezas ahora que se me corona como
mártir de un matrimonio de estado para mejorar las relaciones con los
reinos asiáticos.
Ven. No te demores
Siempre tuya
Marjorie
Post Data: Aunque te resulte extraña mi petición, no dejes de traerte
a esa criadita tuya
A Cordelia su torpeza en las afirmaciones de su amiga la llevó del
rubor a la carcajada. Detrás de la puerta, Marie, se mordía los labios
mientras sus manos enrojecían al apretarse entre sí con rabia.
acostumbrada a recorrerlas acompañada por una pequeña escolta secreta
en otros tiempos, una soledad de naúfraga en estos. Las casas, los
restaurantes de moda, los orfanatos y hospitales, hasta los barrios
deprimidos que rodeaban la ciudad tampoco. A una llamada suya, puertas
inexpugnables se abrían, pero tras dos semanas de empeño infatigable
en gestos, se imponía el desánimo y la falta de esperanza al no tener
pista alguna sobre el paradero de Paulette y su secuestradora la
baronesa de Valbonne. En la semioscuridad de su habitación determinó
adoptar la medida de excepción, el último recurso. Impetuosa,
librándose de la misma sensanción que la ataba a no mover un solo
dedo, llamó a la criada.
-¡Marie! ¡Marie! Rápido, no te demores, avisa a la peinadora y
prepárame el vestido azul tinta.
-Va salir, mademoiselle? ¿dónde si me permite la pregunta?
- Por supuesto que no te la permito! Respondió ofendida ante la
curiosidad de la doncella.¡Sigue mis indicaciones con presteza!
- Oui, mademoiselle! Suspiro la doncella escondiendo en sus palabras
el orgullo herido.
Visitar palacio no la suponía más esfuerzo que acudir a la ópera o a
una reunión de damas de la aristocracia con algún fin benéfico, pero
sí pereza. Medir las palabras, sopesar los dobles sentidos de las
conversaciones, sonreír cuando se quisiera gritar eran ambientes en
los que Cordelia sabía valerse, aunque la fatiga era superior en
ocasiones al haber podido sobrevivir al más seguro de los naufragios
en mitad de una fiesta de la corte. Luego estaba el reencuentro con
él. Aunque jamás se había podido ir del todo. Nunca hubo puntos
finales, todo lo más suspensivos entre la declaración del amor más
puro e intenso y la decisión de un matrimonio de conveniencia que la
distanció de ella, que no del conocimiento de su soledad y su dolor
del que quienes le rodeaban, le predicaban de modo constante su hondo
sufrimiento de princesa repudiada. Porque Cordelia, pese a sus
títulos, no disponía de orígenes tan claros por causa de su condición
de extranjera y último eslabón de una casa real viva sólo en su propia
sangre, como los de la actual esposa principesca.
El, odiado, soñado en intimidades que ya no regresarían , deseado,
llorado de rabia, objeto de comprensión hasta en esta separación por
íntimas certezas transmitidas en los fluidos vitales de su casta de
reyes. El, más maduro, más reservado en sus miradas furtivas, más
sereno en sus ademanes al recibirla y honrarla con sus respetos y su
seguramente primer esbozo de sonrisa del día a horas tan próximas a la
cena que en esta nueva oportunidad de intimidad, tras meses de
alejamiento, con que ahora acompañaba su visita e impedía una
conversación demasiado concreta que determinara su partida.
No todos los días el podía alegrarse de manera tan íntima con aquel
rostro de profundas alegrías, de fuentes primordiales de alborotos
interiores que emanaban desde la primera vez que se encontraron,
ajenos a sus títulos, en un paseo por un París excesivamente diminuto
para el germen gigantesco de un sentimiento que comenzaba a
desarrollarse como la habichuela del cuento.
Ella, coronada ahora de pequeñas violetas. Refulgente como noche de
luna, con el escote adornado de pequeñas lágrimas de topacio, sencilla
en su majestad. Ella, acostumbrada a callar ante los demás su nombre,
trataba de ocultárselo también y que no se le precipitara labios
afuera y denotara el interés y la fuerza que le permitirían no dudar
de que cuanto se sintió, permaneciera más allá del original poso del
buen recuerdo.
-Cordelia. Me alegra verte profundamente- Dijo sonriendo.
-¡Alteza!- pronunció ella sonrojada mientras iniciaba una reverencia
que ocultaba su renovada turbación.
-Algo has de necesitar imperiosamente para venir a visitarme.
-Luís, Luís! .-Expresó tratando de reprenderle y frenarle, temiendo
acelerar el curso de un tiempo al que ansiaba anclarse.- La niña ha
desaparecido.. Soltó sin pensarlo dos veces- Llevo dos semanas
revolviendo París entero sin fruto alguno..-
Quiso ser fuerte y no pudo, notaba como su inquietud atenazaba su
garganta hasta dejarla sin palabras, hasta expulsar lágrimas que más
tarde la avergonzarían al reflexionar sobre el momento que estaba
viviendo. El príncipe la abrazó con a misma ternura de antaño y la
besó los cabellos mientras la acariciaba. Ellos lo sabían. Nuevamente
los cauces de la antigua torrentera volvían a llenarse.
-¡Mademoiselle! ¡Mademoiselle!
Sólo dos gritos pudieron arrancar del sopor y las ensoñaciones a una
poco madrugadora Cordelia.
-¡Ella!¡Ella la ha escrito desde Londres!¡La muy desvergonzaaada!
- Pero quién?
- ¡Quien va a ser, mademoiselle! ¡Lady Marjorie!
- Dame esa carta y sal por favor-exclamó secamente la señorita,
esbozando un una sonrisa para no herir más la ya maltrecha curiosidad
de su criada
Londres, a 23 de abril
Querida Cordelia.
Llegan a estos oídos, atestados de tintineantes sonidos por el
entrechocar de los brindis en mi saloncito japonés, rumores de que has
regresado a palacio para solicitar un favor a tu AMIGO. Conociéndote,
mi querida y despistada torporrona, sé que la fatiga de aquel día y la
desaparición de nuestra niña en aquel escenario de fuegos y baronesas
perversas te harían olvidar el destino de aquella en esta la ciudad
que habito. ¿Sorprendida por mis atinadas informaciones? Mis manos
llegan donde no pueden llegar mis ojos, ya me conoces.
Sin dejar de insistir en tus olvidos y preocupaciones, quiero
preguntarte en persona si al menos ese amigo tuyo, conquistó
nuevamente el fruto de su pasión o volviste a hacerte la inocente
remilgada que no acaba de disfrutar de sus principescas atenciones.
Como siempre te repito, querida:
-Cuando hay berros, hay que comerlos y no debatirse en disquisiciones
románticas.
En fin, me gustaría que vinieses a Londres a ayudarme en los
preparativos de mi boda. Tranquila, nuestra imagen de enemigas queda
salvaguardada, por la campaña que a favor de mi, está haciendo el
propio Arzobispo de Canterbury, empeñado en presentarme como la
primera patriota de este país. ¿sorprendida? En breve recibirás, aquí
va el gran truco, el apoteosis de mi actual gloria, un billete en el
que el referido te solicitará me acompañes en estos menesteres por
causa de tu probada educación y piedad, hasta aquí llega tu fama,
Cordelia, querida.
Lo pasaremos bien, ya verás. No seas perezosona, ni creas que tu
amante permanecerá en París para conseguir un nuevo rato a tu lado. Su
señora usurpadora y él, están cruzando el canal en estos momentos en
los que me lees admirada. Además, sabes que tienes mejor gusto que yo
para elegir un modelito de boda. No quiero ni contarte como manejas
flores, joyas y complementos: Ya sabes que soy muy ecléctica de gustos
y no quiero cometer demasiadas torpezas ahora que se me corona como
mártir de un matrimonio de estado para mejorar las relaciones con los
reinos asiáticos.
Ven. No te demores
Siempre tuya
Marjorie
Post Data: Aunque te resulte extraña mi petición, no dejes de traerte
a esa criadita tuya
A Cordelia su torpeza en las afirmaciones de su amiga la llevó del
rubor a la carcajada. Detrás de la puerta, Marie, se mordía los labios
mientras sus manos enrojecían al apretarse entre sí con rabia.
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